Alfonso Merlos
Socialistas sometidos
En ocasiones el remedio es peor que la enfermedad. Y éste es el caso. En el errático diagnóstico de los doctores de Ferraz, el gran mal que padecía este país hasta las elecciones celebradas el 24 de mayo era la presencia del Partido Popular en lo más alto de las instituciones. Así que había que extirparla a toda costa. Costase lo que costase, incluidos los principios. Y en eso estamos.
Da igual que hayan sido trece las exigencias de Podemos en Castilla-La Mancha con las que han tenido que tragar los socialistas. Si hubiesen sido 113 o 1.113, el resultado habría sido idéntico. El cumplimiento íntegro y ciego. El sometimiento por equivocada e irresponsable orden de Pedro Sánchez a la voluntad de todos cuantos desde el radicalismo quieren borrar la herencia del centro-reformista en España. Lo antes posible. Aparentando que hay un cierto ten con ten cuando lo que impera es la sed de recuperar el poder. A toda costa.
No sólo es triste firmar un cheque en blanco en democracia con un presunto aliado sin calibrar las consecuencias que eso puede tener para los ciudadanos (¡ahí está Zapata!). Lo es más que quienes proceden de esta manera («¡todos contra la derecha!») ignoran la capacidad que tienen sociedades avanzadas como la nuestra para castigar el sectarismo, el cainismo, el extremismo, el dogmatismo. Incluso el engaño.
No sorprende la ofuscación por expulsar del gobierno a una gran presidenta como ha sido María Dolores de Cospedal. Y tampoco los líos que, derivados de los pactos con los nacionalistas del PNV, han montado/sufrido los socialistas en Vitoria o Andoain, creando un brutal desconcierto y generando inseguridad. Es el camino que ha trazado un jefe de la oposición cuyos ojos miran, precipitada y obsesivamente, en una única dirección: las escalinatas del Palacio de la Moncloa.
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