Alfonso Ussía
Sorpresilla
He pasado el fin de semana en Sierra Morena. Han caído más de noventa litros sobre su piel, que ha recuperado sus verdes violentos. Con Luis, con Emilio, con el conde de Labarces, con Paco, con Pepe y con Pedro, que forman mi grupo de amigos preferidos, vi el partido Real Madrid-Deportivo de La Coruña. Lo pasé muy bien. Ayer domingo, de vuelta a casa, me llevé una sorpresilla. Mi mujer me lo anunció: «Hay nuevo presidente de la Generalidad y ha dicho en el Parlamento de Cataluña que en 18 meses se independizan». Mis muslos y gemelos ya no resisten lo que antaño. He subido y bajado riscos y quebradas. En la zona de Andújar me conocen como el «Rebeco», por lo mucho que ando y lo bien que asciendo hacia las atalayas serranas. Pero soy un rebeco otoñal, y al llegar a Madrid le concedí, con todos mis derechos constitucionales, más importancia a las agujetas que al nuevo presidente de la Generalidad de Cataluña. Y he dormido como un lirón, siete horas seguidas, sin un sueño, pesadilla o sobresalto.
Por lógica, mi obligación como columnista es la de escribir del reto independentista catalán. Pero tampoco lo intuyo tan peligroso. He sabido de detalles importantes. Que la nueva «Primera Dama» autonómica es de Rumanía –tendrá que aprender a bailar la sardana–, y que el nuevo presidente de la Generalidad de Cataluña desconfía de los peluqueros de Gerona, de donde ha sido alcalde. Pero escribir de política, cuando la política se convierte en un circo en el que los trapecistas se caen, los payasos no hacen reír, los saltimbanquis chocan en el aire, y el león desdentado se come al domador, no puede exigir el esfuerzo del análisis. Y claro, emocionarse con las lágrimas a punto de cauce de Mas cuando la memoria me trae los paisajes del «Cerro del Moro», del «Horcajuelo» y del camino hacia el Santuario de Santa María de la Cabeza, puede considerarse una pérdida de tiempo. Para colmo, y gracias a Charo, Candelilla y Sonia, al mando de la capitana Graciela, he comido como sólo lo hizo antes de ser guillotinado por orden de Robespierre, el conde Guy de Polignac, que se llevó hasta la plataforma de la guillotina un bloque de «foie gras» trufado de Las Landas, y sólo cuando dio cuenta completa de su turgencia, autorizó al verdugo, Armand Poulatier, a que procediera a cumplir su obligación. Si he pasado un fin de semana en uno de los lugares más prodigiosos de España y me han tratado como si fuera el Zar Alejandro, ¿para qué perder el tiempo en fruslerías y papanatas que no van a llegar a parte alguna? Y no olvido a Juani, mi asesora informática en sitio de débil «wifi».
Leo que el PSOE ha ratificado su apoyo incondicional al Gobierno en funciones en lo que respecta al separatismo catalán, y por esta vez y sin que sirva de precedente, creo que dice la verdad. En tal caso, con una mayoría abrumadora en el próximo Congreso y el Senado, ¿qué importa que un gerundés apoyado por unos extravagantes anuncie un proceso independentista en Cataluña? Voy a intentar explicarles lo que he visto. Dehesas movidas que establecen el principio de la sierra. Con el tiempo húmedo, los venados, los gamos y los muflones se muestran tranquilos y orgullosos. Los jabalíes, más precavidos, salen a sus horas y durante los paseos, se oyen de pronto los ruidos de ametralladora de las perdices serranas cuando levantan el vuelo. Las lagunas de la falda de la sierra, las que forman el horcajo, provienen del Guadalquivir, y se han apoderado de su riqueza los cormoranes, que son aves marinas muy mal educadas. Y por las noches, se oye como bien escribió el Conde de Yebes, el «canto de la sierra». También lo hicieron Jaime de Foxá, Alfonso Urquijo y demás serreños adoptados por la belleza de los entornos de Andújar.
¿Y voy a perder el tiempo en tonterías a estas alturas de la cosa? No, no, y no.
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