Carlos Rodríguez Braun
Steiner, o la vida misma
Leí hace unos meses en «El País» una entrevista con George Steiner, el famoso teórico literario, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2001, y profesor en grandes universidades.
Dice cosas interesantes, provocadoras, y verdaderas: «Shakespeare habría adorado la televisión. Habría escrito para la televisión»; «el más grande de los críticos es minúsculo comparado con cualquier creador»; «en la universidad hay una vanidad descomunal»; «no se puede negociar con el Islam»; «una civilización que extermina a sus judíos no recuperará nunca lo que fue»; «la educación hoy es una fábrica de incultos que no hace nada para que los niños aprendan las cosas de memoria».
Y, sin embargo, como la vida misma, el pensador es capaz de las tonterías más inmorales y monstruosas: «Soy firme partidario de la eutanasia. No tenemos ya recursos para mantener en vida a tanta gente senil o demente». Aparte de la increíble barbaridad ética, es una bobada económica considerable. En efecto, si hay algo que ha probado el ser humano es que su capacidad de crear riqueza no está limitada por los «recursos», porque su propia mente los crea, de tal modo que los espantajos maltusianos y las fantasías del agotamiento de los recursos han sido una y otra vez refutados empíricamente. Repite Steiner tópicos caros al pensamiento único: «La política pierde terreno en todo el mundo», cuando los Estados son los más grandes de la historia. Nunca los impuestos y los gastos públicos han sido más elevados. Si eso es perder terreno...
También secunda el rechazo al dinero, vieja consigna de todos los moralistas: «El único objetivo ya parece que es ser rico. Y a eso se suma el enorme desdén de los políticos hacia aquellos que no tienen dinero». Primero, el objetivo de la riqueza no es malo si se hace respetando la libertad y los derechos de los demás, en cuyo caso es bueno, porque la economía no es un juego de suma cero. Segundo, los políticos no sólo no desdeñan a los que no tienen dinero sino que los adulan sin cesar, alegando que el intervencionismo redistributivo predominante les beneficiará económicamente. Steiner relaciona la pobreza con el terrorismo, cuando una y otra vez, desde el Ché Guevara hasta Bin Laden, comprobamos que los terroristas son habitualmente señoritos.
Y termina con un retrato espantoso: «El mundo vive hoy una desigualdad terrible de posibilidades de vida. En el tercer mundo, los niños mueren y la gente come basura». Pero la desigualdad mundial ha caído marcadamente, en especial por los cientos de millones de personas que han dejado atrás la pobreza en India y China. Cada vez hay menos hambre en el planeta, cada vez hay menos niños que mueren, y cada vez hay menos gente que come basura. En fin, la realidad no suele amedrentar a los «moralistas quejumbrosos y melancólicos» sobre los que ironizó Adam Smith.
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