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La Razón
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Cuando en el minuto 17:14 de cada partido en el Camp Nou se repite el grito «Independencia», homenaje póstumo a los derrotados de la Guerra de Sucesión, que no de secesión, al invitar al palco a Inés Arrimadas, la candidata más votada en las elecciones del 21-D, a Josep Maria Bartomeu le tienen que asaltar sudores fríos. ¡Qué situación! Borbones o Austrias, «botifleros» o «aguiluchos», y en lugar de apoyar a Felipe V, aquellos antepasados optaron por el Archiduque Carlos y perdieron. Y de aquellos barros, manipulados por alfareros interesados, estos lodos. Si no eres «indepe» –Bartomeu no lo es– que Arrimadas, culé confesa, presencie en el palco de honor azulgrana el encuentro entre el Barça y el Levante del 7 de enero, no tendría mayor trascendencia: obedecería a la lógica cortesía institucional.

Los palcos en el fútbol sirven, además de para hacer negocios –fue Ramón Mendoza quien dijo que en ese rincón del Bernabéu se tomaban más decisiones y se movía más dinero que en un Consejo de Ministros–, para agasajar. Precisamente en el palco madridista se sentó el sábado, en lugar destacado, el presidente de la UEFA, Aleksander Ceferin. Seguro que el partido le encantó, sin entrar ahora en colores ni simpatías, y seguro que habló con Florentino y Bartomeu del pifostio que hay organizado en la Real Federación Española de Fútbol, que podría pasar perfectamente por la de Burundi, y que me disculpen los burundeses.

En este sector federativo, de inquinas, rencores y urdimbres varias, los sudores comienzan cuando Ángel María Villar aparece sin avisar y la cortesía consiste en saludar a la fuerza si no es posible escurrir el bulto. A Ceferin le pusieron al día, es de suponer, y si no fue informado a conveniencia, seguro que conoce la situación y los entresijos porque cada semana recibe información. Inés Arrimadas también conoce el terreno que pisa y su valor trasciende las urnas. La prueba de fuego es para «Barto».