Lotería de navidad

Ángela Vallvey

¡Suerte!

La Razón
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Casi todos creemos en la suerte. Buena, o mala. De las infinitas combinaciones del azar, que encadena acontecimientos sin pautas lógicas, resulta esto o lo otro. Cuando se trata de algo positivo, que nos favorece, nos sentimos elegidos por la suerte. Si, al contrario, las probabilidades de que ocurra algo malo eran insignificantes, pero sucede, tendemos a echar la culpa a «la mala suerte», como si acabásemos de ganar una aciaga lotería de la desdicha. Hay personas más afortunadas que otras, las diferencias entre las vidas de los distintos seres humanos que han poblado la Tierra son tantas que, en ocasiones, parece que un destino sobrenatural, en el que nuestros antepasados creían religiosamente, dictara el porvenir de cada cual de forma caprichosa. Sin obedecer a ningún principio de justicia o merecimiento. Incluso en estos tiempos, cuando presuponemos una cierta mentalidad colectiva racional, las personas recurren a explicaciones insensatas tratando de responder preguntas que no consiguen dilucidar mediante el raciocinio. La suerte buena puede ser el premio que se obtiene en algún momento del camino de la vida, que transcurre en el jardín de los senderos que se bifurcan. Cada paso que damos supone una decisión, elegir una alternativa. Si giramos a la izquierda nos encontraremos con un mundo, y si lo hacemos a la derecha toparemos con otro. Que a su vez nos irán planteando dilemas cada día... Localizar a la suerte es difícil, porque no podemos enfrentarnos a su existencia como quien busca un tesoro. La suerte no está quieta, tampoco corre rápido. En realidad, ni siquiera existe. Es un fantasma. Mejor: una fantasmada. Es un constructo humano, como otros tantos que nos mantienen vivos, activos, vigilantes. Solemos pensar en la suerte sobre todo relacionándola con la riqueza. En un mundo en que la lucha por los recursos cada vez es más compleja, abarrotado de unos humanos que desconfían del tesón y el trabajo duro, la suerte brilla como una diosa. En España, son pocos los que no se dejan seducir por la Lotería de Navidad. La lotería fue un invento que Carlos III importó del extranjero. En seguida se comprobó que era una fórmula agradable para todo el mundo (contribuyentes y Estado), pues aportaba fondos a la Hacienda Pública mientras alegraba al ciudadano con una ilusión monetaria, porque en España, como diría Evaristo Acevedo, el único que quiere tener la cartera vacía, es el cartero.