Ángela Vallvey

Terrorista

La Razón
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Me pregunto cómo puede vivir, día a día, un terrorista. Comer, dormir, formar una familia... ¿Es compatible amar, tener una pareja y hacer el amor con ella, con el ejercicio del asesinato masivo de niños, jóvenes, ancianos, madres que pasean a sus hijos...? ¿Qué tipo de pensamientos acuden a su mente inane por la noche, antes de acostarse, después de haber perpetrado una matanza? ¿No hay ninguna fuerza incontenible que le atenace los ojos y le impida cerrar los párpados...? ¿Puede soñar, dormir hasta perder la consciencia...? La consciencia, porque conciencia no puede tener. Sin embargo, poseemos experiencia con este tipo de personas, las hemos visto acudir a juicios con una retadora chulería. Sin arrepentimiento. La mirada altiva, elevando la barbilla, como queriendo alzarse por encima de sus víctimas y de la propia ley. Según ellos mismos dicen, se sienten «luchadores» por una causa. En el caso del terrorismo islamista, además, se escudan en la religión, de modo que se dicen guiados por un bien superior, por el mismo Dios. Si bien, muchos cometen sus asesinatos múltiples ciegos de drogas duras. Olvidan que el Corán prohíbe tajantemente tomar alcohol, y se emborrachan y colocan con todo tipo de psicotrópicos para matar. Destruyen vidas inocentes –muy valiosas, al contrario que las suyas– sin un temblor de corazón, o de manos, como en un vídeo juego para psicópatas. Me pregunto qué tipo de vida llevaría esta gente si no se dedicara a asesinar. ¿Qué saben hacer? ¿Podrían construir algo, estudiar, aportarle cosas al mundo, contribuir al bien común llevando una vida buena...? Su «causa», imagino, les hace sentirse milicianos, no asesinos. El Daesh habla de «soldados del califato». Mentira: son simples criminales. La guerra «legaliza» el asesinato, pero está aceptada desde la antigüedad como un hecho «legítimo» y legal. Quien asesina en una guerra, sabe que nunca será juzgado. El terrorista se escuda en esa idea: piensa que combate en una guerra, y que por tanto no es un asesino en serie, sino un militar. Trata de justificar su crimen, de legitimarlo. En el caso de los terroristas islamistas, contribuimos a hacer real ese delirio desde el momento en que algunos medios de comunicación se refieren a los asesinos del Isis como «combatientes del Daesh». Así, sus propias víctimas les otorgan una categoría moral superior, de soldados o guerreros, en vez de retratarlos como lo que en realidad son: pura nada, serial-killers.