Restringido
Tras la derrota del IS
Imaginemos sólo por un momento que la coalición ha logrado derrotar –el «degradar y finalmente destruir» del presidente Obama– a los islamistas radicales sunitas del Daesh o IS en la Mesopotania. ¿Cuál será la situación a partir de ese hipotético momento? ¿Qué líneas de actuación se abrirían a partir de ese día? Esta ambiciosa labor de prospectiva es la que pretendo acometer –humildemente– con estas líneas.
Para ello tendremos que trasladarnos, vertiginosamente, al final de la 1ª Guerra Mundial, al desmembramiento del Imperio turco como castigo por haber formado parte del bando perdedor. Francia y el Reino Unido –en aplicación del acuerdo secreto previo Sykes-Picot– dividieron las provincias árabes –denominadas genéricamente vilayet– en una serie de reinos de nuevo cuño basándose en la percepción de sus intereses aunque sin tener en cuenta para nada la religión de sus habitantes. Y, por cierto, desautorizando las promesas del mítico agente de Inteligencia británico Lawrence de Arabia, que tanto había contribuido a la rebelión árabe contra los turcos. Así nacieron pues –bajo mando generalmente de personajes tribales sunitas– Irak, Siria, Jordania, Líbano y Arabia Saudita entre otros reinos.
Pero las naciones así inventadas contenían en grado variable tres religiones/etnias de difícil convivencia una vez desaparecida la fuerte mano imperial turca. Los sunitas, los chiitas y los kurdos se odiaban –y se odian– entre sí con una virulencia que deja pálidas las guerras de religión europeas de hace casi cinco siglos. Complicando todo aún más, la etnia kurda estaba no sólo distribuida sobre las nuevas naciones, sino también entre otras largamente asentadas: Turquía e Irán.
Ni las dimensiones de esta «Tribuna», ni mis conocimientos históricos permiten abordar en profundidad la complejidad religiosa y étnica del Oriente Medio y norte de África por lo que sólo he dado los brochazos que estimo pertinentes al tema abordado.
La convivencia entre sunitas, chiitas y kurdos se ha hecho prácticamente imposible en Irak y Siria y, sin embargo, la coalición anti IS –de la que formamos parte– está tratando de reforzar los gobiernos centrales de estos dos países –directa o indirectamente– como si esto aún fuera factible. En otras naciones como Yemen, Bahréin o Líbano esta convivencia entre sectas musulmanas está enormemente deteriorada.
Los sunitas tienen dos naciones aspirantes a líder, es decir, al califato: Arabia Saudita –con una significativa minoría interior chiita– y Turquía –que arrastra un problema kurdo de secesión. Los chiitas tienen un solo aspirante a líder, pero, eso sí, muy poderoso y compacto: Irán.
La estrategia norteamericana actual de enrolar a sunitas «moderados» y chiitas contra los salvajes sunitas del IS –mientras que a la vez negocia con Irán– es como mínimo inestable y confusa y tiene fecha de caducidad, pues algún incidente insospechado la puede hacer saltar por los aires. Turquía está claramente jugando con dos barajas tratando de no enfrentarse demasiado a los norteamericanos, mientras maniobra para obtener el liderazgo/califato suní. También ha logrado un cierto éxito enfrentando –hasta el momento– a los kurdos iraquíes, sirios, iraníes y turcos entre sí.
Si las interpretaciones religiosas son las que marcan las diferencias básicas entre las naciones del Oriente Medio, en el norte de África el enfrentamiento fundamental es entre laicos y musulmanes sin que las sectas internas sean tan determinantes como con los primeros. Los problemas de religión más graves surgen en el sur –del Sahel– donde sí, el integrismo islámico, puede prender en los vacíos de poder estatal. Pero hoy no toca preocuparse aquí más que por lo más inmediato: por Oriente Medio.
Para percibir el preocupante panorama que he descrito sinópticamente no hace falta ser muy perspicaz, simplemente seguir a diario la situación, aunque las salvajadas del IS –que a todos amenazan– la oscurecen dando una cierta apariencia de unidad de propósito a la coalición. Pero cuando estos sanguinarios delirantes hayan sido neutralizados, las rivalidades de fondo se mostrarán en toda su virulencia. ¿Qué deberíamos hacer entonces los occidentales? ¿Permanecer al margen, aunque Oriente Medio esté precisamente eso, en medio de todo, geográfica, energética y religiosamente? ¿Empeñarnos en mantener las fronteras del Sykes-Picot contra la voluntad de la mayoría de sus habitantes? ¿Favorecer a un bando o alternativamente tratar de mantener el equilibrio? Como ven, más preguntas que respuestas, pero es que creo firmemente que identificar el resultado final deseado de nuestra común misión en Mesopotamia debería ser un primer paso antes de acometerla. Ésa es la ayuda que cabe esperar de un aliado leal.
Yo naturalmente no tengo todas las respuestas. Sólo pido a Dios –el de los cristianos, naturalmente –que ilumine a nuestros líderes pues el de los musulmanes los tiene a ellos bastante olvidados.
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