Eurovisión
Tres de los cuatro serán Barei
La precampaña ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Tanta lluvia nos ha dejado un barniz oxidado como de espectro de Piratas del Caribe condenados a pasar la eternidad en galeras. Pero ya florecen los capullos, las rosas y las margaritas que se deshojan en una melancolía de otoño en primavera. Todo preparado, si bien los candidatos no aclaran principios elementales de la física electoral. No sabemos todavía si van a debatir y con quiénes, si van a pactar y con quién y si van a dimitir en caso de que consigan un voto menos que el 20-D. Si alguno contesta a alguna de estas preguntas, sobre todo a las dos últimas, porque la primera ha de despejarse pronto, será cuestión de ofrecer un sacrificio, como ver el próximo año el festival de Eurovisión desde Ucrania a donde tal vez vaya Maroto no sabemos si de ministro ungido en la santidad del poder o de seglar pop. Todos cargamos con un placer culpable. Si el resultado del 26-J se asemeja al televoto del concurso, la sorpresa o el «sorpasso» de última hora, sea de quien sea, lo deseable es que los perdedores se vayan sin hacer ruido, jurando en inglés como Barei, simulando una caída en el escenario con un gran foco detrás que proyecte sus sombras. Si la política ya es espectáculo de masas merecen sus protagonistas un final apoteósico y coreografiado al estilo Bob Fosse. O Lina Morgan. Las encuestas mantienen al presidente en funciones en la casilla de salida, semana tras semana se empecinan los sondeos en premiar al más castigado lo que enloquece las estrategias de sus contrincantes, incluso las de los de dentro del partido que suman rabia al rencor. Esperanza le echaba el domingo pimienta verbal al arroz de Bertín, la maldición del ángel caído. Sánchez tiene que preparar un cocido con garbanzos negros. A Rivera se le acabó la hormona del crecimiento. Iglesias sueña con ovejas eléctricas. Rajoy no exhibe una puesta en escena como la de Rusia, ni es guapo como el representante de Francia o sexy como la cantante armenia, una Beyoncé marrón oscuro pero no negro. Si Rajoy fuera a Eurovisión no se despegaría de una baldosa con el micrófono tapándole la boca. Más Julio Iglesias que Raphael. Y sin embargo, se mueve. Tras el 26-J veremos si la estrategia le funciona, la suya y la histriónica de los gladiadores a los que se enfrenta, más de Loco Mía, pues han de avistarse sus abanicos del cabo de Gata hasta Finisterre, qué diría Pepe da Rosa, para hacerse notar sin interrupción.
Que aclaren pues cuáles serán sus aliados para al final convertirse en Ucrania y que un voto menos –Pablo, no hagas trampas sumando– significará que dejen lugar a otro, aunque sea Chikilicuatre. De los cuatro, sólo dos se plantearían o le obligarían a dar un paso atrás en este hipotético ejercicio. Dejemos a la imaginación del lector que apueste.
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