Alfonso Ussía
Tropezón
Desde muy joven, cada vez que se acerca la celebración de unos Juegos Olímpicos, he recuperado la ilusión de contemplar, al fin, la escena culminante que aún no se ha producido. El tropezón y posterior caída del atleta que porta la antorcha cuando asciende por la escalera que accede el pebetero. Hay mucha cursilería en el mundo olímpico. En Barcelona se encendió el pebetero con una flecha lanzada por un virtuoso, pero en realidad el fuego fue consecuencia de la pulsación de un botón. De la flecha nunca más se supo, si bien algún malintencionado hizo correr el rumor de que había impactado, con resultado de muerte, en un viandante que paseaba en aquel momento por los jardines de Montjuich. Lo del fuego del Olimpo es otra patraña. Las antorchas se apagan con una facilidad pasmosa, y el fuego llega al estadio después de semanas de ajetreo constante gracias a los mecheros «Bic», que no acostumbran a fallar. Pero la escena de la caída del atleta perdería su impacto y gracia si el portador de la antorcha, previamente, anuncia su tropezón. «Me caeré de morros en el escalón vigésimo quinto». Se trataría de una descomunal estafa.
He leído que un día de éstos se celebrará el horrible Festival de la Eurovisión, que ha perdido todo su atractivo con las nuevas normas. Siempre fue infumable, pero la votación era divertida. «Spain, one point; L´Espagne, un point». Y exclamaba Uribarri: «¡Holanda nos ha votado!».
Rosón me contó que el año de Massiel distintos jurados de diferentes países se dejaron untar, y de ahí el histórico triunfo de «La,la,la». Y la llamada de Franco: «Rozón, hay que ganar como zea». Massiel cantó el «La, la, la» porque Serrat quería hacerlo en catalán, cuando en realidad, en español o en catalán era lo mismo. «La, la, la» en catalán se dice «La, la, la», y tampoco era para tanto. Este año, la representante española, que según me indican se llama «Barei», canta en inglés, para darle más aire internacional a nuestra opción. Lo ha dicho con toda claridad: «Hago música, no filología». Mujer cultivada. Lo escribió Nathalie Clifford Barney, aquella escritora tan indolente como prodigiosa: «Cuando me dicen que soy una mujer cultivada, me veo con zanahorias, nabos y espárragos saliendo de mis orejas».
Pero Barei ha anunciado el trompazo. En la mitad de su actuación se caerá. «Es una acción que nadie va a olvidar, quede en el puesto que quede». Es decir, que pretende sorprender desvelando la sorpresa, que al dejar de ser sorpresa a nadie va a sorprender. Una bobada de la que hace música y no filología. Esas cosas no se cuentan porque pierden todo su relativo valor. Como el entrenador de fútbol que adelanta su propósito: «Atacaremos desde que suena el silbato del árbitro». Jamás ha dado resultados positivos.
No creo que el Festival de Eurovisión y mi interés por verlo coincidan plenamente. Me temo un desapego por mi parte. La última vez que seguí la ristra de canciones fue cuando nos representó Remedios Amaya, que cantaba algo que tenía que ver con una barca. En aquellos tiempos, Remedios Amaya era –y lo seguirá siendo– una mujer bellísima, y algunos de mis mejores amigos estaban enamorados de ella. Ése, y no otro, fue el motivo de mi interés. Sucede que lo de la barca no era ni música ni filología, y el resultado fue desastroso.
El gran Festival de la canción que se perdió para siempre fue el del Mediterráneo. Un año compitió por España un conjunto grandioso con una canción titulada «¿Qué pasa en el Congo?». Allí había música y filología. «¿Qué pasa en el Congo? ¿Qué pasa en el Congo?/ ¡Que a blanco que pillan lo hacen mondongo!/ Preguntó Kasabuvu/ qué pasaba en el Congo/ y le dijo Mobutu: / ¡Quítate que me pongo!». Una composición poética, armónica e inolvidable. Que no se anunció previamente, y de ahí su éxito discográfico.
Sabré del éxito o fracaso de Barei por los periódicos, como Pablo Iglesias de los siete millones de dólares que cobró de Chávez. Los periódicos son muy útiles y recomendables en algunas ocasiones. Pero le recomiendo que no se caiga en la mitad de su actuación. Habiéndolo anunciado, esa caída no tiene puñetera gracia. Al final, lo de siempre. «Spain, one vote; L´Espagne, un vote». ¿Para qué caerse?
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