Golpe de Estado en Turquía

Turquía: la dictadura de Erdogan, un peligro para Europa

La Razón
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El pasado 15 de Julio tenía lugar en Turquía el enésimo Golpe de Estado aparentemente contra el Presidente Erdogan y su pretensión de imponer un régimen personalista y de fuerte presencia islamista. Unidades militares tomaban el control de algunas instituciones y de los medios oficiales de comunicación, y trataban de detener y/o asesinar al actual mandatario en su lugar de vacaciones y posteriormente en su desplazamiento a Estambul. La asonada fracasó casi de inmediato, y los turcos, alentados por el propio Erdogan, salieron a la calle para plantar cara a los golpistas. En apenas 24 horas se desmoronaron las pretensiones de aquéllos, y 48 horas después se producían detenciones masivas, inicialmente de militares participantes en el motín, pero inmediatamente después, de miles de miembros de la Fiscalía, la Judicatura, la prensa o la Universidad.

Es evidente que esas masivas detenciones en pocas horas no son fruto de la intentona golpista, sino del objetivo de Erdogan de imponer un régimen presidencialista dictatorial, de marcada tendencia islamista, acabando con todos aquellos que se opongan a ello.

Erdogan llegó a la Presidencia del Gobierno como un liberal aperturista, capaz de instaurar una democracia homologable a las occidentales y de acabar con la tutela militar existente en el país, de mantener el laicismo del Estado y de controlar la moderación de un islamismo mayoritario entre la población, que le permitiera incorporarse como miembro de pleno derecho a la Unión Europea.

Sus verdaderas pretensiones se manifestaron pronto. Desde la Presidencia del Gobierno se trabajó su candidatura a la Presidencia de la República desplazando al Presidente anterior, para posteriormente plantear una reforma constitucional que le diera la práctica totalidad de los poderes del Gobierno. Ello le llevó a convocar dos elecciones en poco tiempo para lograr la mayoría que exigía esa reforma y que no había alcanzado en las primeras, eliminando de paso a la oposición Kurda que por primera vez había entrado con fuerza en el Parlamento.

Desde el año 2013, Erdogan inició esa deriva autoritaria para controlar todas las instituciones del Estado, impulsando mayor presencia islamista en la sociedad, en el Gobierno y en las instituciones, aprovechando el fallido Golpe para culminarlo, deteniendo a la mitad de la cúpula militar y a 1.700 mandos, a 2.745 jueces y fiscales incluyendo la Corte Constitucional y el Consejo de Estado; suspendiendo a casi 60.000 empleados públicos, en su mayoría docentes y universitarios; cerrando más de 130 medios de comunicación, y anunciando la segura reinstauración de la pena de muerte, que «se aplica en países como China y EEUU». Como dijo, «el levantamiento es un regalo de Dios para limpiar el país».

Turquía es socio preferente de la Unión Europea y candidato a incorporarse como miembro de pleno derecho. Es miembro de la OTAN, nuestra principal organización militar para la defensa de nuestros países, nuestros valores y nuestra forma de vida. La UE ha puesto en sus manos el control de la presión migratoria hacia ella, y juega un papel esencial en el conflicto sirio donde su participación está llena de claroscuros. Aspectos estos dos últimos muy ligados a las amenazas y los daños que el Estado Islámico está causando a Occidente. Europa no puede permanecer expectante y a rebufo de los acontecimientos. Debe fijar una posición firme y clara advirtiendo a Turquía que esa deriva le aleja definitivamente de Europa, y actuar en consecuencia para no tener que hacerlo cuando sea tarde. La reunión con Putin deja clara la determinación de Erdogan para conseguir sus objetivos a toda costa. La pasividad y la falta de liderazgo de EE UU y la UE vuelven a ser preocupantes. No nos quejemos luego de que los populismos se aprovechen de ello en las elecciones que muchos de nuestros países celebrarán el próximo año.