Transporte

Uber: canario en la mina

La Razón
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Las licencias de taxi son el peaje a pagar por participar de las ganancias de un sector oligopolístico como es el del alquiler de vehículos con conductor. Quien no pasa por ese aro carece de derecho a competir prestando ese servicio a los usuarios: y no porque exista ningún tipo de limitación técnica que imposibilite el desarrollo de esa actividad en ausencia de licencia, sino porque el Estado ha decidido restringir arbitraria y caprichosamente el número de proveedores. Como es obvio, el precio de una licencia de taxi –de ese peaje por participar en las ganancias oligopolísticas del sector– fluctúa según los beneficios esperados: si éstos son muy notables, la licencia se revaloriza porque mucha gente puja por ella ofertando sumas crecientes; si éstos son escasos, la licencia se deprecia por motivos inversos. La aparición en escena de Uber –y de otros sistemas de conexión descentralizada entre pasajeros y conductores– ha socavado la base del modelo de negocio del taxi: allí donde la Administración no se ha comportado con ímpetu censor y represor, aplicaciones como Uber, Lyft o Cabify han multiplicado la competencia, mejorado el servicio y abaratado las tarifas. Y, precisamente por ello, el precio de las licencias de taxis en el mercado secundario se ha desmoronado en apenas unos años: así, el coste medio de una licencia en la ciudad de Nueva York ha pasado de un millón de dólares en 2013 o 2014 a 500.000 en la actualidad. Y la tendencia sigue siendo inexorablemente a la baja. Muchos taxistas, especialmente en países como España, han tratado de hacer frente a estos riesgos reclamando un mayor control e intervencionismo de la Administración: «Si impedimos que Uber opere en nuestro país, seguiremos repartiéndonos la tarta entera del sector de alquiler de vehículos con conductor». Su solución mágica, pues, es la de siempre: eliminar la competencia para regresar a la situación burbujística previa. Pero eso no sucederá: Uber es sólo un síntoma de la revolución en ciernes que está teniendo lugar en el sector del transporte de viajeros. En pocos años, su mayor amenaza ya no será esta app, sino en general los servicios de alquiler de coches autoconducidos. No podrán pararlo. En lugar de querer tapar el Sol con un dedo, más valdría que asumieran ya mismo la irreversibilidad de los cambios y trataran de readaptarse sin dilación. Uber no es la amenaza: es sólo su canario en la mina.