Sabino Méndez
Último clavo ardiendo
En los seres humanos, muchas veces nuestros peores defectos emanan de una práctica exagerada de nuestras virtudes. Artur Mas quiso convencernos de que su principal virtud era la astucia, aunque los hechos señalan que era una simple (y respetable) persistencia. En los últimos meses, incluso esa persistencia fue volviéndose en su contra y, acorralado por sí mismo, terminó diseñando, con prisas y en el último momento, una extravagante y dudosa alianza para seguir figurando. El objetivo ahora es intentar convencer a su público que se trata de un pacto natural y practicable. Para ello, pondrá todos los medios de comunicación de la Generalidad al servicio de ese argumento. Ya en las últimas semanas, TV3 se había convertido en una especie de Tele Chávez que programaba súbitas entrevistas con Mas para justificar cualquier paso enojoso. La información se centraba en temas residuales para el resto de la sociedad catalana, sólo de interés para el mundo cerrado del nacionalismo intransigente; o sea, cuestiones de consumo interno. Ese papel de buque insignia propagandístico lo tuvo muy claro Pujol y por eso no es extraño que dos de las figuras más cercanas a Mas en este paso hayan sido Jordi Vilajoana, director que fue de los medios audiovisuales de la Generalidad, y Puigdemont que lo fue de la agencia de noticias. El último clavo ardiendo de Mas ha sido conseguir, más mal que bien, dos votos de la CUP e intentar ahora venderlo con la propaganda como algo razonable. Pero ese clavo quema mucho. Porque en los últimos tiempos, debido a la deriva tacticista, TV3 ha renunciado a ser la televisión de todos los catalanes. Ya no habla para todos, sino solamente para 1.957.348 convencidos previamente. Puigdemont es un desconocido para la gran mayoría de catalanes y, si alguien cae en la tentación de pensar que es un hombre de paja, cabe recordar que éstos suelen salir siempre respondones en la medida de sus fuerzas. Es un independentista vocacional y el pulso por controlar los medios de propaganda será decisivo en los próximos meses para que el astuto pueda garantizarse futuras poltronas a su costa. Y Mas persistirá por carácter. Pero la propaganda no basta para enfriar una realidad incandescente, porque ceder de un partido a otro dos diputados es una decisión monumental. Muchos catalanes se preguntarán sobre qué organismo de la CUP ha consesuado sobre cómo toma sus decisiones esa formación que aseguraba ser asamblearia y ahora entra en el sistema por su puerta más grande. La realidad que quema es que en Cataluña no existe suficiente apoyo de la población para la secesión a pesar del proselitismo promovido durante los últimos años por todos los medios de comunicación financiados por la Generalidad. El soberanismo sigue sin digerir los resultados del 27-S y sin aceptar que no hay el esperado mandato democrático, solo tácticas de dilación para no rendirse a un veredicto de las urnas que les fue adverso. No hay espontáneo clamor popular por la independencia en la calle. Solo cuando con tiempo y dispendio lo quiere TV3, se consigue congregar a un parte presentable de la población. Ni siquiera las sobrevaloradas redes sociales consiguen reunir más allá de una cincuentena de personas frente a la Generalidad cuando hay prisa. Esa es la triste realidad del soberanismo y sus anhelos: ninguneada e ignorada por sus propios constructores como lo ha sido la voluntad real de los catalanes expresada en las urnas.
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