Martín Prieto

Un año de amargura

La Razón
La RazónLa Razón

El undécimo mandamiento de la ley de Dios obliga a no ser pesados, pero el umbral de 1916 se presenta opresivo y repetitivo como todos los años que pueden ser perdidos. Suponen los jurisperitos que el juicio por «Nóos» puede durar seis meses por el número de testigos y pruebas periciales, y si después de la primera vista abren un receso de un mes, entre Semana Santa y el verano, podremos calcular el futuro penal de Urdangarin en vez de contar las uvas. Si el laureado periodista que rige la Generalitat, que no da para Bolivar, comienza dando la espalda a la Constitución, la Jefatura del Estado y su propio Estatut con un discurso mal redactado e infantiloide como primer ladrillo de una repúbliqueta catalana a 18 meses, a todos nos conviene tomar la silla de anea y sentarnos a la puerta de casa para ver pasar la procesión de los esperpentos. Si estérilmente se agotan los plazos y hay que repetir las elecciones sin certeza de que cambie la aritmética político-social, pasaremos los idus de marzo no con interés y curiosidad sino de bostezo en bostezo. Dicen los optimistas antropológicos que nunca pasa nada, y a lo peor tienen razón. En 2010 Bélgica inició un espacio en blanco de año y medio sin Gobierno, por desacuerdos secesionistas, y los bruselenses siguieron tomando mejillones con patatas fritas y entraron en el libro de los récords. El año pasado el masivo apagón en Washington DC derribó todo el sistema informático de la Capital Federal y al día siguiente habían subido positivamente todos los indicadores económicos, lo que hizo suponer a los cínicos que sin Gobierno todo funciona mejor. La agenda colectiva de los españoles ya es más pesada que mano de novio y no estamos para la charanga de la constitución de la XI Legislatura. La nena más rica de Santiago de Compostela puede llevarse el bebé al Congreso porque la conjunción de los astros de Podemos, mareas, tsunamis y marcas blancas, se cimenta en la televisión y la mercadotecnia. El proyecto es la foto. Y la mayoría de sus diputados sin oratoria han de leer tres líneas para prometer que cambiarán la Constitución cuya modificación o derogación está en el seno de su articulado y no precisa de guiñoles. Para italianos la guerra «e bella, má incómoda». La política española nunca ha sido ni hermosa ni fácil. Un año de amargura parece inevitable, pero, por favor, con seriedad.