Política

Pilar Ferrer

Un auto escrito a solas y sin salir de casa

Un auto escrito a solas y sin salir de casa
Un auto escrito a solas y sin salir de casalarazon

O cho y media en punto de la mañana. El fiscal Pedro Horrach llega al juzgado número tres de Palma. Es su rutina diaria, aunque la jornada no será como cualquier otra. Poco después, el juez titular, José Castro Aragón, hace público el auto más esperado de su carrera: la imputación de la Infanta Cristina. Un aldabonazo mediático de campeonato, que moviliza de inmediato a todos los periodistas de la isla. Pinchan en hueso, pues el magistrado no apareció ayer por su despacho. Ante la insistencia de los informadores, agolpados a las puertas de la sede judicial, un funcionario se limita a decirlo gráficamente: el juez está «missing». O sea, desaparecido, en previsión de la expectación suscitada. El hombre que pedalea a lomos de su bicicleta, desde su casa en Portixol hasta los juzgados de Vía Alemanya, tiene fama de no esconderse de nadie. Pero la trascendencia de su veredicto hace que ahora incremente, aún más, el celo de su vida privada. Hermético, aunque según quienes le conocen «simpático cuando quiere», acaba de soltar una las más demoledoras diatribas en un proceso judicial. Personal que trabaja en el juzgado salen, como es habitual, a tomar café en un bar cercano. El mutismo sobre Castro es total. Lo que sí admiten es que ha permanecido toda la Navidad en Palma, encerrado en su casa, preparando en solitario los 227 folios de su fallo. «No ha querido improvisar, sino hacerlo muy largo y documentado, ante lo que se avecina», comentan algunos funcionarios.

Castro tomó vacaciones, desde el 18 al 30 de diciembre. En estos doce días se le ha visto poco, aunque ha permanecido sin moverse de Mallorca. Sólo ha recibido la visita de sus tres hijos, fruto de su primer matrimonio, y dos nietos, que viven también en la isla. Con su actual compañera, una mujer discreta, natural de Inca y de la que poco se sabe, suele acudir a algún restaurante próximo a su domicilio y a otro local de flamenco, al que es aficionado. Pero en estos días no lo frecuentó. «Le gusta el sarao, tomar algo con la familia o amigos íntimos, pero esta vez no tenía muchas ganas», dicen los vecinos de la zona. Lo más que se ha dejado ver es en su bicicleta por Portixol, con paradas en una panadería y una librería. En la primera, suele adquirir típicas ensaimadas mallorquinas. En la segunda, novela negra, a la que se aficionó en su etapa como funcionario de prisiones, y otros libros. Tal vez, en busca de textos para su impactante fallo.

José Castro guarda celosamente su vida personal. Separado de su primera esposa, tiene desde hace años esta novia de Inca, con la que convive y se deja ver a hurtadillas. Padre de tres hijos, dos abogados y uno procurador de tribunales. Al margen de las motos, su otra pasión es el kendo, arte marcial japonés que practica con alguno de sus hijos en un gimnasio cercano a su casa, así como el fútbol, otra de sus pasiones. Sin embargo, en esta Navidad ha estado prácticamente recluido. En su círculo en el juzgado insisten en que «no era este un auto cualquiera, necesitaba concentración y tiempo». Consciente de la trascendencia de imputar a una Infanta de España.

En estos treinta y siete años que lleva de juez, ha hecho pocos amigos y confiesa en privado que es inmune a las presiones. Desde instancias judiciales, unos le increpan y critican. Otros le tachan de héroe. Para unos será inquisidor, bravucón y exento de rigor. Para otros, valiente, corajudo y meticuloso. Es el hombre que más años lleva al frente de un juzgado unipersonal, y aquí piensa retirarse en breve. Ha sentado en el banquillo a poderosos y ahora imputa a la Infanta, en contra de la Fiscalía y la mayoría de las partes. No le gusta que le fotografíen con la toga y prefiere ese aire descamisado, suelto y apresurado. Hasta en la fecha de citación ha sido curioso: el ocho de Marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Cuando vuelva al juzgado, despachará a los medios con ese habitual y cortante «buenos días». A José Castro Aragón le quedan muy pocos de tranquilidad.