Ángela Vallvey

Un buen lugar

Hay rincones del mundo en los que la vida vale poco, he conocido algunos y resultan escalofriantes. Personalmente, catalogo a los pueblos de la tierra según la importancia que le dan a la vida. Ésa es mi única regla para evaluar el desarrollo de un país. No me fijo en el PIB, ni en su balanza de pagos. No me importa si están endeudados o se los come vivos el déficit. Mi vara de medir tiene que ver con la manera en que las naciones custodian la vida. Toda la vida, sea ésta animal o vegetal aunque, por encima de todo, me fijo en cómo cuidan de la vida humana. Respetar la vida es, a mi entender, el mayor signo de nobleza que puede manifestar un ser humano, un Estado, una civilización. El refinamiento, la grandeza y la superioridad se expresan claramente a través de ese sencillo baremo.

Aplicando tal índice, no resulta complicado deducir que España es uno de los mejores países del mundo: valora la vida con solidaridad, con bravura, con determinación. Tenemos muchos defectos –y pasado mañana me complaceré en seguir señalándolos, como de costumbre–, pero hoy voy a resaltar esta dignidad, esta probidad en la condición moral de España. La tragedia ferroviaria que acaba de ocurrir en Santiago de Compostela, que ha puesto de luto a todo el país, lo demuestra una vez más. La milagrosa solidaridad de la gente –héroes anónimos, una legión de voluntarios donantes de sangre, médicos que renuncian a sus vacaciones para acudir al hospital a echar una mano, bomberos que abandonan la huelga para sumarse a las labores de ayuda...– confirma que España es un país donde se practica sinceramente el altruismo, un lugar con tanto futuro como presente.

(Mis más sentidas condolencias a las víctimas. Mi admiración para Galicia).