Política

Toni Bolaño

Un final anunciado

Un final anunciado
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Ayer Artur Mas firmó el decreto de convocatoria de la consulta del 9 de noviembre. Es un acto más en un proceso que el presidente catalán quiere resolver al estilo de David contra Goliat. No por la fuerza, sino con astucia. Carlos Herrera bautizó con un juego de palabras al líder nacionalista como «Astut» Mas. Otros identificaron –identificamos– al presidente de la Generalitat con el Chapulín Colorado, un personaje de cómic de la televisión mexicana que parodia a los superhéroes. Vestido con uniforme rojo y zapatillas amarillas –los colores de la señera–, el Chapulín siempre se ofrecía como salvador de causas pérdidas porque su habilidad provenía de que sus adversarios «no cuentan con mi astucia», una frase que le venía al pelo para justificar su torpeza.

Artur Mas representó un papel que nadie había previsto en aquel mes de noviembre de 2010. El Gobierno tripartito de José Montilla hacía aguas por todas partes y los partidos que lo formaban intentaban, cada uno por su lado, minimizar el desastre. No lo consiguieron. El PSC se hundió, ERC sufrió un fuerte retroceso y sólo Iniciativa per Catalunya-Verds mantuvo el tipo. Los populares aumentaron su representación, Ciudadanos consolidó su presencia. CiU ganó las elecciones pero no consiguió la anhelada mayoría absoluta. Las ganó sin apuntar en su programa electoral el derecho a decidir. En este punto, Artur Mas inicia su camino a Ítaca para pasar a la historia como el último presidente de la Generalitat de Cataluña. El que hizo posible el tránsito a la independencia. Su primer acto como superhéroe.

En sus primeros días, el nuevo Gobierno de CiU inició una dura campaña de recortes que justificaban bajo dos epígrafes: la financiación conseguida por el tripartito es un desastre y el tripartito ha hecho una pésima gestión que ha dejado la caja vacía. Hoy este último dato es más que discutible. En palabras de Juan Rosell, presidente de la CEOE, la gestión económica del Gobierno de Mas es «catastrófica» porque ha aumentado la deuda de la Generalitat hasta los 60.000 millones de euros, el triple de la que dejó el Gobierno Montilla. Mas dejó tiritando la Sanidad catalana, bajo mínimos la Educación y con un amplio desasosiego a las entidades del tercer sector que atienden las necesidades mínimas de un amplio segmento de la ciudadanía. Este mes, por ejemplo, las farmacias no cobrarán, las entidades cívicas sólo percibirán el 25% de las subvenciones y las guarderías ven recortadas sus prestaciones en un 50%. A pesar de su precariedad en el Parlamento, Mas podía gobernar con el apoyo del Partido Popular de Sánchez Camacho.

El noviazgo duró dos años a pesar de que CiU empezó a desempolvar sus reivindicaciones más nacionalistas. La sentencia del Tribunal Constitucional que recortaba el Estatut –que había sido aprobado en referéndum y que había cumplido todos los requisitos constitucionales– hizo aflorar un malestar en la ciudadanía catalana agravado por la intensidad de los recortes y que se podía resumir en el eslogan «España nos roba», que Mas formulaba como «más dinero, menos recortes». La crisis económica hizo el resto y surgió la idea estrella: «La salida de la crisis es la independencia». La cúpula nacionalista empezó a defender un modelo de Estado diferente como única solución a su larga lista de agravios. Incluida la opción de la independencia. El lenguaje empieza a modificarse. El derecho a decidir entra en escena para camuflar el objetivo: «El derecho de autodeterminación».

El cambio de gobierno en España con la victoria de Mariano Rajoy puso la guinda en el pastel. El catalanismo acusa al Gobierno del PP de estrangular a Cataluña. Las relaciones se tensan con el PP y se rompen. Entra en estos meses en escena un nuevo protagonista: Oriol Junqueras, el presidente de ERC. Este historiador puso la música que necesitaba para aupar los crecientes anhelos independentistas. Los desencuentros entre Mas y Rajoy se agudizaron. El discurso de los nacionalistas se retroalimentaba con el discurso que provenía de Madrid y Mas creyó que su primer momento había llegado. Convocó elecciones después de la gran manifestación del 11 de septiembre de 2012. Lo tenía todo a favor. El PSC estaba en ruinas. El aumento de los impuestos tenía al PP contra las cuerdas. Rajoy-España-PP era un trío que exacerbaba los ánimos del nacionalismo. Para justificarlo, Mas se presentó en Moncloa para negociar el Pacto Fiscal. Rajoy dijo no. Otro ejemplo más del maltrato de España a Cataluña. Mas tenía los ases en la mano para lograr una mayoría absoluta que le permitiera gestionar en primera persona el tránsito hacía un nuevo modelo de Estado. No necesariamente independencia porque la palabra no existía en el diccionario de Mas.

Con todo a favor, perdió. Ganó las elecciones pero perdió 12 diputados. La noche electoral barajó su dimisión. No lo hizo, se envolvió en la señera, la cuatribarrada roja y amarilla, y como el Chapulín, solventó el entuerto. Se planteó la posibilidad de pactar con los maltrechos socialistas pero la descartó. En la cúpula de CDC algunos sectores veían la posibilidad de acabar con el PSC y hacerse con parte del electorado socialista. El más nacionalista. Pactó con ERC la hoja de ruta hacía la independencia con la aspiración de liderar el mundo nacionalista. Otro fracaso. ERC logra el «sorpasso» en las encuestas y evidenció la mala salud política del presidente catalán en las elecciones europeas. «No cuentan con mi astucia» debió pensar Mas porque el nuevo descalabro fue la justificación para iniciar el pulso definitivo: convocar una consulta independentista. El Gobierno catalán y los partidos soberanistas pactan fecha y pregunta, y acusan de antidemócratas a los que niegan la legalidad del proceso.

Ayer empezó el penúltimo acto. Convocada la consulta, el Gobierno central la recurrirá al Constitucional. Los nacionalistas acatarán la decisión pero las urnas saldrán a la calle. No será legal pero dará cobertura propagandística. Mas ha pactado de nuevo con Oriol Junqueras. Ambos están sopesando la posibilidad de hacer una lista unitaria de amplia base –incluidos los socialistas díscolos– y convocar unas elecciones anticipadas. Mas sería el líder de una lista que aspira a la mayoría absoluta. Será el último acto. Objetivo: caminar hacía la declaración unilateral de independencia.

Tras la victoria, el nacionalismo se centrará en las municipales. Esperan repetir un amplio triunfo. En ese momento, los ayuntamientos declararán la independencia. La sociedad civil en la calle hará el resto. Y el Govern de la Generalitat no tendrá más remedio que declararla. Para evitar esta ruptura Pedro Sánchez ha puesto sobre la mesa una reforma federal de la Constitución. Se mantiene firme junto con Rajoy en rechazar la consulta pero quiere abrir una puerta a la solución. Rajoy la cierra. La dejan entreabierta. No moverá pieza hasta después del 9-N. A estas alturas, el entuerto tiene difícil solución. Todo un reto para el Chapulín.