Francisco Marhuenda
Un hombre bueno sin rencor
La Transición no fue un periodo idílico de la historia de España sino un ejercicio extraordinario y encomiable de pragmatismo, consenso y política en mayúscula. No sería bueno que hiciéramos un relato que no se corresponda con la realidad. Fue un tiempo duro, lleno de incertidumbre e inquietud por el futuro, con choques políticos y mociones de censura, intentos de golpe de Estado, crisis económica y atentados terroristas. Es la Transición que viví y recuerdo. El resultado fue excelente, pero las dificultades fueron enormes aunque ahora queden empequeñecidas por aquel éxito colectivo que pilotaron el Rey y Suárez.
Ahora todos reconocen la grandeza del fallecido ex presidente y me alegro profundamente por este postrer tributo a un gran estadista y a una persona con una impresionante calidad humana. Nos ha abandonado, aunque hace ya tiempo que no estaba entre nosotros, pero nos ha dejado su memoria. Hoy sería feliz observando que todo el mundo confluye en un nuevo consenso sobre el espíritu y la obra de la Transición. No lo estaría por una cuestión de vanidad o autocomplacencia, como muy bien saben los que le conocieron, sino porque era una persona sin rencor. Es fácil sumarse ahora al coro de alabanzas y cualquier expresión de afecto puede parecer insuficiente.
No hay duda de que no era perfecto o infalible. Le hubiera parecido un despropósito que alguien lo mostrara con esos atributos que los antiguos otorgaban a quienes querían encumbrar al «olimpo» de los elegidos para que fueran modelo de las generaciones futuras. No hay nada mejor que mostrar a ese hijo de una familia numerosa, de un pueblo de Ávila, una provincia que quiero mucho, que con esfuerzo y tenacidad se encumbró hasta lo más alto. Nunca he escuchado que fuera un político taimado, sin escrúpulos o rencoroso. Desde que lo conocí en UCD hasta que la enfermedad lo apartó de la vida pública, siempre encontré a una persona educada, sencilla, sin la impostura de algunos o la soberbia de otros; no le escuché hablar mal de aquellos que le habían conducido a que abandonara la presidencia del Gobierno, que tanto le gustaba, o los que habían hecho una oposición inmisericorde en su contra. Esta falta de rencor no era una impostura sino que lo demostró a lo largo de su vida. Mi querido amigo y maestro Íñigo Cavero me completó muchas cosas sobre aquellos años mientras me dirigía la tesis doctoral. Había sido tres veces ministro y secretario general de la UCD. La verdad es que dedicamos más tiempo a hablar sobre la Transición, su afecto y admiración por Suárez y tantos otros aspectos fascinantes que a la tesis. En aquellas largas comidas de los viernes con él y con Tomás Zamora, su amigo de juventud, creció aún más mi admiración por Suárez.
El ex presidente no escribió unas memorias y quizá lo hizo para dejar la historia a los historiadores. Ni le gustaba mentir ni tampoco la confrontación cuando los tiempos de la política quedaban muy lejos. No necesitaba pasar cuentas con nadie y mucho menos justificar su obra, porque los historiadores cuentan con material sobrado para realizar un ajustado análisis de aquel periodo. El tiempo ha puesto a Suárez en su justo lugar. No tuvo que esperar a su muerte porque en vida, ese hombre grande y sin rencor, fue ampliamente reconocido.
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