Iñaki Zaragüeta
Un mal sueño
Artur Mas quizá se sienta satisfecho dentro de unos días cuando consiga, según lo previsto, continuar en la poltrona de la Generalitat catalana, pero no podrá eludir el sentimiento de fracaso, como un mal sueño, tanto político como personal. La independencia, por lo que respecta a la política, será inaccesible, lo que conllevará de manera inevitable a la frustración por ausencia de botín. Un mal trago. Y a nivel individual, sentirá el pesar de contemplar un paisaje desolador después de la batalla librada contra lo que él, cual Alonso Quijano, imaginaba un enemigo que estaba a su alcance y resultó ser un campo de molinos de viento, anclados por la firmeza constitucional de una democracia desarrollada.
El presidente catalán, hoy en funciones, comprobará el sobresalto de ocupar el poder sin ejercerlo y el sometimiento a tres vicepresidentes a los que, en puridad, nada le une. Tan sólo la quimera de haber comprado el señuelo de erigirse en un nuevo Companys sin tener en cuenta que lo más viable es la repetición de la Historia. Ni accederá al pedestal de un Simón Bolívar ni eludirá las consecuencias, si las hubiera, de la Justicia. En fin, todo un viaje a ninguna parte, como reiteradamente se le anunció durante los últimos tiempos.
El problema no es él, sino el panorama de después de la batalla a la que ha conducido a millones de catalanes que, unos engañados y otros derrotados, sentirán en sus propias carnes la aflicción del desastre. Todos aquellos que dieron por buenas las tres mentiras de este periplo: que la soberanía pertenece a los catalanes, que España les roba y que las consecuencias de una independencia serán nulas.
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