Alfonso Ussía
Un mamarracho
No corresponder a una mano tendida es, en principio y en final, una grosería. Nada más lejos de mi intención que escribir el nombre y los apellidos del mamarracho que le negó el saludo al Príncipe de Asturias. Ya tuvo su minuto de gloria y no es cosa de prolongarlo. Es de esos majaderos a los que hace ilusión leer su nombre y apellidos en los periódicos.
El mamarracho culminó su grosería con premeditación y alevosía. Se colocó en primera fila. Encargó que le grabaran la gamberrada y no consiguió su propósito. Quedó fatal. Muchos independentistas catalanes han deplorado la actitud del cernícalo. Además, culpó al Príncipe de ser el responsable de impedir la dichosa consulta en Cataluña. Confundió al Príncipe con la Constitución y el ordenamiento jurídico de un Estado de Derecho. El Príncipe lamentó el desaire y continuó con su tanda de saludos, pero recapacitó, volvió a los ámbitos del grosero, y en catalán le dijo que aunque sólo fuera por educación y cortesía, merecía ser correspondido al saludo. El mamarracho le respondió que la educación, después de la consulta. Mas sonreía. Trías, que está mejor educado que Mas, no compartía el jolgorio. Y el Príncipe cumplió a la perfección su papel. Lamentando, eso sí, su falta de libertad. El Príncipe tiene una libertad limitadísima por su protagonismo institucional. Es decir, que el Príncipe no puede responder a una falta de educación con otra, como por ejemplo, mandar al mamarracho a tomar muy mucho por el culo.
Lo he contado y lo repito. No saludar es muy fácil. Basta y sobra con no situarse en la zona donde se saluda. Mi madre y la de nueve hermanos más era hija de Pedro Muñoz-Seca, asesinado en Paracuellos del Jarama el 28 de noviembre de 1936. Mi madre era una cristiana firme que supo perdonar al responsable principal del asesinato de su padre y de cinco mil inocentes más, Santiago Carrillo. Cuando éste se instaló en España con plena tranquilidad y derecho amparado por la aprobación de la Ley de Amnistía, nos trasladó a sus hijos el nivel y exigencia de su venganza: –Si os encontráis con él, negarle el saludo–. Una venganza amabilísima y educada.
Cumplí su deseo a rajatabla. Coincidí en multitud de ocasiones y lugares con Carrillo. Fui cronista parlamentario y me lo crucé en el Congreso centenares de veces. De vuelta de Barcelona en un avión del Puente Aéreo lo sentaron a mi lado. No nos dirigimos la palabra, y menos aún, nos saludamos. Ignoro cuál habría sido mi reacción en el caso de que Carrillo me hubiera tendido la mano. Probablemente habría traicionado la recomendación de mi madre, porque una mano tendida sin responder es más que una agresión. Y se trataba del responsable de la matanza de Paracuellos, no de quien carece de toda culpa y responsabilidad en el impedimento de promover una consulta ilegal. Se me olvidaba decir que Carrillo, como quien escribe, volaba en clase Preferente. Yo, contra mi bolsillo; él, no se sabe. Y que una azafata, monísima por cierto, cuando abandonaba el avión en Barajas, me dio un beso mientras me felicitaba por «haberme comportado con tanta prudencia con un criminal».
No saludar es facílisimo. Con no situarse en la fila que espera el saludo, el problema se ha terminado. Pero este mamarracho independentista necesitaba manchar la imagen de los catalanes para obtener su minuto de gloria. De haber sido educadamente amonestado por Mas, la mancha se habría diluido. Pero Mas estuvo sonriente, coleguilla, compi del grosero.
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