Reyes Monforte
Un tonto
«Un tonto jode un pueblo». Es la frase con la que un buen amigo mío logra enmudecer a quien intenta restar importancia a la última payasada de alguien que califica de tonto. Ejemplos en la historia de la humanidad hemos tenido para dar y tomar, aunque finalmente han sido los tontos los que han terminado por darnos a nosotros. Es significativo que, a personajes como Stalin o Hitler, en un principio, les tomaran por tontos, por individuos insignificantes, un tanto necios, zotes, ignorantes, zafios y simples que nunca llegarían a nada, y esa despreocupación les aupó donde nunca debieron llegar.
En otra línea –al menos es de espera– ha aparecido en nuestras vidas el magnate Donald Trump, a quien algún amigo debió convencer de que aparcara por un tiempo los hoteles de lujo y se dedicara a la política en vez de recomendarle la visita urgente a un peluquero que le explicara que el flequillo no se utiliza de peineta. Cuidado con los amigos, como bien decía Pio Baroja, «sólo los tontos tienen muchas amistades. El mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez».
Trump es uno de esos personajes a los que algunos empiezan riéndole las gracias, luego siguen otros calificándole de tonto y cuando menos te lo esperas, está con la mano levantada y declamando el artículo II sección 1 de la Constitución de los Estados Unidos ante el juez de la Corte Suprema: «Juro solemnemente que ejerceré fielmente el cargo de presidente de Estados Unidos, y hasta el límite de mi capacidad, preservar, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos».
Esto ha evolucionado mucho y para mal. Antes el tonto del pueblo asumía su papel, su lugar en la comunidad y no se metía con nadie. Ahora, entra en la carrera política para poner todo tipo de obstáculos a la inteligencia. Y lo malo es que hay quien le jalea porque cree que es un simple tonto y no supone un peligro. Recuerden a mi amigo, antes de que sea demasiado tarde y los tontos seamos los demás.
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