José Luis Alvite
Una boca entre las piernas
Me lo dijo de madrugada aquella fulana y ahora sé que tenía razón: «Lo nuestro de esta noche no será un prodigio, tesoro, así que si con el tiempo lo conservas en la memoria, no será porque recuerdes mi nombre, sino porque no hayas olvidado mi precio». La verdad es que había tantas mujeres con la misma tarifa, que al cabo de los años ni siquiera la recordé jamás por su precio. Tampoco podría haberla recordado por su agresividad, por su codicia o por el mal olor de su boca. Era una mujer anodina y honesta, rutinaria, la clase de chica que ni siquiera transite las infecciones sin pedir permiso. Como decía a menudo el matón del local, «muchacho, en este ambiente una mujer sólo resulta apasionante si tiene una cicatriz, contagia una enfermedad o esconde un cadáver». Yo he buscado siempre a la chica de la cicatriz, a la muchacha insalubre o a la que esconde un muerto, porque mi propia vida estaba necesitada de algún sobresalto por el que el día de mañana me valiese la pena haberme malogrado. Pepe Bahana, dueño de un club nocturno y ex luchador en Tánger, me previno unas cuantas veces para que tuviese claro lo que pretendía hacer y lo que podría sucederme. Me dijo una madrugada en su antro: «Haz lo que quieras con tu vida, muchacho, pero te recomiendo que vayas con ojo y no te enamores en un sitio así. Deja el alma fuera con el coche, disfruta y pasa página. Siempre habrá entre todas estas mujeres una que te toque el corazón y te conmueva, de acuerdo, pero no te ciegues. Piensa que tal vez lo que mueve a esa chica no es el amor, sino la conveniencia. Porque la triste realidad es que entre las piernas de esa mujer podrías encontrarte con la boca un niño». Nuca supe que fue lo que sentí por aquella fulana. Ni ella dijo nada especial, ni llevaba yo tanto dinero encima...
✕
Accede a tu cuenta para comentar