Francisco Marhuenda
Una decisión que fortalece el Papado
La Iglesia ha tenido papas extraordinarios. Unos hombres santos dedicados a servir a Dios y a la Humanidad. Benedicto XVI es uno de ellos. Un hombre sencillo cuya grandeza no ha dejado de crecer a lo largo de los años y que ha concluido su mandato con una decisión histórica que busca fortalecer el Papado. No se puede comparar la actual situación de la Iglesia con lo que sucedía en la Edad Media o el Renacimiento. Los papas unían a su condición líderes espirituales y cabeza de la Iglesia un importante papel como soberanos temporales de los Estados Papales. En ambos casos tenían que lidiar con las ambiciones de los diferentes reyes de la Cristiandad. Eran tiempos y realidades distintas a las actuales que se prolongaron hasta no hace demasiado tiempo. La unificación italiana acabó con los Estados Papales, que quedaron reducidos a la Ciudad del Vaticano. Es cierto que en el pasado hubo otras renuncias, pero nada tienen que ver con la trascendente decisión que anunció ayer Benedicto XVI. No hay duda, conociéndole, que es una decisión largamente meditada y que en su ánimo ha estado la experiencia que vivió al lado de Juan Pablo II.
El Papado es una magistratura vitalicia y la renuncia es una decisión personal. Ha sido adoptada, a diferencia de lo que sucedió en el pasado, sin ninguna influencia o presión así como en plenitud de facultades. Ha elegido el momento óptimo antes de que le abandonen las fuerzas, tras una labor extraordinaria desde que ocupa la silla de San Pedro y con una prolífica y profunda labor como teólogo cuyas obras son magníficas. No hay más que leer sus últimas aportaciones, que muestran el perfil de un intelectual profundo e incisivo, pero también capaz de divulgar con eficacia la obra de Jesucristo.
Desde el siglo XX, el Papado tiene poco que ver, en muchos aspectos, con lo que sucedía en épocas anteriores. La labor pastoral del Sumo Pontífice es vertiginosa, con numerosos viajes, incontables audiencias y otras muchas actividades que trascienden menos, pero tienen una enorme importancia. El Papa dirige una organización que se extiende por todo el mundo, y es el líder espiritual más importante del mundo. Es una magistratura que trasciende el ámbito de la Iglesia para extenderse a toda la Humanidad, como se ha comprobado en las últimas décadas. Juan Pablo II fue la mejor muestra de ese enorme carisma que ha mantenido con éxito su sucesor.
Esta realidad hace necesario que al frente del Papado se encuentre una persona con fuerzas suficientes y que sea capaz de seguir ese ritmo de vida tan vertiginoso. En la época de su antecesor, algunos cardenales comenzaron a plantear privadamente, aunque con gran respeto, esta cuestión. El bien superior es la Iglesia y Benedicto XVI ha tenido claro que una decisión tan importante marca un precedente que sin lugar a dudas será seguido por sus sucesores. Hay un antes y un después, porque el Papado también tiene que responder a las necesidades de una sociedad moderna y dinámica. No hubiera sido deseable que le fallaran las fuerzas y sufriera el deterioro propio de la edad. Es el primero en la historia que lo hace sin ninguna presión y con un Papado totalmente independiente, a diferencia de lo que sucedió con Celestino V u otros Pontífices. Ha sido una decisión muy meditada, con nombramientos recientes de enorme trascendencia y que busca, una vez más, fortalecer la Iglesia.
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