Paloma Pedrero
Una muela
Yo tenía una muela grande y poderosa, pero se había roto. Fui a mi querido dentista y me la miró. Nada, está podrida, hay que sacarla, me dijo. Me dolió, porque una ya sabe que perder partes del cuerpo es una gran pena. Dejé pasar días, incluso meses antes de volver para sacármela. Al fin me senté en el sillón del dentista y abrí la boca. Anestesia a granel y tenaza. Sin embargo, la muela no quería salir. Tuvo el galeno que cortarla en partes y luchar como un gladiador para conseguir extraerla. Al día siguiente me empecé a sentir fatal. Como si tuviera una gripe mala y con fuerte dolor de la muela ausente. Finalmente la fiebre me llevó de nuevo al sillón del dentista. Otra anestesia, limpieza, antibiótico... Al llegar a casa tuve la certeza de que esa muela tenía que haber seguido allí, que no estaba acabada. Y que ni yo ni el dentista habíamos sido capaces de escucharla. Ella luchó contra la tenaza, contra el sinsentido. Y perdió, claro. Porque, y esto no es nada esotérico, el cuerpo nos habla y ni nosotros, ni la medicina occidental con tanto protocolo e intervención, somos capaces de escucharlo. Los organismos, la vida, la naturaleza tienen un equilibrio que muchas veces la mano humana rompe. La especialización por fragmentos del cuerpo, la imposibilidad de ver a la persona como un todo complejo, puede tener consecuencias nefastas. Lo mío no ha sido grave, pero he conocido personas que se han ido a la tumba por esta sordera de una sociedad cada día más tecnológica y fría. Escucharnos a nosotros, al otro, a la naturaleza es volver a lo esencial. Tan difícil aquí y ahora como ineludible.
Paloma Pedrero
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