José Luis Alvite

Una orquesta entre el humo

Una orquesta entre el humo
Una orquesta entre el humolarazon

Alguien me dijo una madrugada en el Savoy que a la postre en la guerra sólo triunfa el fracaso y que lo único que un soldado puede pretender razonablemente es que su madre no haya olvidado su nombre, que el espejo del baño no le devuelva el rostro de otro hombre, ni se hayan vuelto ateos sus dioses. Norman Forrester había combatido en Europa en un momento en el que la guerra parecía decidida y un capitán de Idaho le prometió que, de un momento a otro, camino de París les adelantaría entre una nube de polvo el autobús con los trastos y los músicos de la orquesta de Glenn Miller. Una madrugada de copas en el «Don Juan» de Compostela, me dijo el boxeador Felipe Rodríguez, «Pantera de Arosa»: «Recuerdo cuando me presenté para que me tallasen en la Comandancia de Marina y allí estabas tú, vestido de marinero, con una cinta métrica en la mano. Con cierto cachondeo otro marinero veterano me preguntó como querría que fuese mi uniforme e incluso me rogó que hinchase la cabeza para disponer de dos gorros distintos. Me contuve de partirle la cara porque de niño alguien en Vilaxoán me había dicho que la furia sólo era la falsa valentía de los cobardes». «Pantera» había tenido una carrera rutilante y un poco desigual, con mucha clase y poca pegada. Un peso pesado elegante y apuesto que llegó tarde al baile de la victoria porque en su guerra incluso le combatieron las suyos. Antes de que un tumor cerebral le dejase a oscuras para siempre, nos reencontramos en aquel local de Compostela y me dijo: «De todas las mujeres con las que alguna vez soñé, muchacho, a la larga sólo la muerte se ha fijado en mí. Y yo, que siempre fui un tipo elegante y sin pegada, no supe decirle que no». Y nos quedamos mirando por si pasaba camino del cementerio, entre el humo, la orquesta de Glenn Miller.