Julián Redondo
Unidad y fraternidad
Los escoceses han decidido preservar la marca United Kingdom. En 1890 organizaron un campeonato de fútbol de Primera División con diez equipos, que en 1998 pasó a denominarse Scottish Premier League, formada por una docena de clubes, el más destacado de todos, el Celtic; el más modesto, el Ross County, que juega en el Victoria Park con un aforo de 6.500 espectadores. Y hay un desaparecido histórico, el Glasgow Rangers, que en 2012 entró en concurso de acreedores. Es obvio que en Escocia el fútbol, ese deporte que mueve montañas –de dinero, sobre todo– no ha servido de excusa o acicate para votar independencia sí o no. Diferente es el caso de Cataluña que, de triunfar los postulados soberanistas, tendría que organizar deprisa y corriendo lo que hoy sería una liga autonómica en torno al Barcelona y al Espanyol, o pedir permiso para entrar en la francesa. Esta segregación también forma parte de una realidad incuestionable por mucho que antes Laporta y después Rosell se atrevieran a garantizar la presencia del Barça en la Liga si triunfase la independencia. Tan seguro es que no la jugarían como que todos los que quieren votar el 9-N con mano inocente no son partidarios de la secesión; uno de los dos Gasol, por lo menos, no. Así, pues, unidad y fraternidad, principio básico de convivencia que, acaso un poco tarde, persigue Florentino Pérez en el Real Madrid al declarar ante un grupo de compromisarios del club que «Casillas no merece ese trato». O sea, los pitos que un sector del Bernabéu le dedica cada vez que toca el balón. Alude el presidente a que no es momento de fracturar el madridismo. En este punto, el matiz: el madridismo está fracturado, y el equipo, decimotercero, delante del Éibar. Urge la paz social.
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