Paloma Pedrero
Vallas sin corazón
Veo las imágenes de los saltos a Ceuta de este mes. Cientos de muchachos negros, casi todos con las manos o los pies ensangrentados, celebran con cantos y vivas a España el estar aquí. Algunos se envuelven en nuestra bandera rajada por las cuchillas de la barrera, otros corren buscando el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes), colapsado hasta los tuétanos. La Policía de aquí es para ellos sinónimos de salvación, de que por fin han alcanzado su sueño: llegar a Europa. En comisaria les toman los datos y las huellas dactilares. Les dan su primer documento oficial: una orden de expulsión que no suele ejecutarse. Ellos la muestran orgullosos como si fuese un DNI. Busco imágenes de la valla. Es enorme, siniestra, pinchuda. Una triple valla de seis metros que sigue creciendo. Hay que estar desesperado de hambre, de guerra, de sinfuturo, para hacer tan largo viaje hasta llegar a la alambrada. Llegar y esperar. Esperar e intentar. Fallar e intentarlo de nuevo. Algunos desisten, otros enferman, otros mueren. Esta vez, en este salto tenebroso, y como si de un juego avieso se tratara, menos de la mitad cayó para el lado malo de ellos: Marruecos. Parece que alguno quedó enganchado a la concertina. Otros, heridos, sonreían en suelo español. El 112, Cruz Roja, voluntarios ayudan a los migrantes. Pero, ¿qué les espera? Veo las imágenes y pienso que si siguen llegando es porque lo que les espera es mejor que lo que dejan. Y tiemblo de pena. No me parece real ni digno de Europa y sus gentes. Y estoy con ellos. Siempre con los débiles.
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