Lucas Haurie

Varios de los nuestros

La Razón
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Mientras Pedro Sánchez martilleaba a Mariano Rajoy con menciones a la corrupción en el Paleolítico, de la que naturalmente también habrían de depurarse responsabilidades, en su amada/odiada federación andaluza se recibía la papela con la imputación de la secretaria de Cooperación al Desarrollo del PSOE de Sevilla, Felicidad Fernández, a la sazón alcaldesa de Almadén de la Plata. Practicaba la doña la doctrina del regidor de Torre de Juan Abad (Ciudad Real), militante de su mismo partido que se jactaba en público de «contratar a dedo, como toda la vida», al personal del ayuntamiento. A su primo hermano colocó la mandarina almadenense seis días después de aposentarse en la poltrona y por todo ello, también por los indicios de delito que pesan sobre el líder socialista gallego, le preguntaron ayer al secretario general en Onda Cero. «Estoy convencido de su inocencia. No se pueden comparar los casos», contestó como lo haría a un aprendiz de antropólogo deseoso de confirmar que todos los primates se organizan conforme al principio «nosotros frente a los otros». Porque para Sánchez, igual que para Susana Díaz cuando sostiene a su compañera de Almadén, la decencia es una cuestión de siglas, una cualidad inherente a la militancia socialista vedada para los militantes de otras formaciones, o sólo alcanzable en los momentos en los que éstas pactan con ellos. He aquí dos ejemplos canónicos de sectarismo, que es el pecado capital de la (imperfecta) democracia española. Ni Felicidad Fernández ha dimitido ni ningún responsable de su partido la va a obligar a hacerlo. Ella es decente. ¿Por qué? Porque es de los nuestros. Martin Scorsese no logró explicarlo tan bien en dos horas y media de metraje.