Pedro Narváez
Veneno en la red
La cicuta cibernética se extiende en ese paraíso del odio del que no acaban de expulsar a sus habitantes por más que tomen de la fruta prohibida. Hay tanto veneno que asomarse a tuitter, incluso cuando los políticos están fuera de la diana, supone una sesión de arcadas, que la náusea estropee la tarde de chiringuito donde el personal juguetea con el smartphone. Quién sabe si ese señor tan simpático, a pesar de la ruina de sus chanclas inoportunas, se convierte en la red en una sanguijuela con tacón que mata a los hombres de palabra. El calor de agosto eleva los casos de inocentes degollados en los nichos de las páginas de sucesos mientras en la realidad virtual una legión de malnacidos sueña con dar matarile a sus demonios, ahora que tienen más tiempo para el crimen perfecto. La cogida de Fran Rivera les animó a desear la muerte al torero. Parecían una turba defraudada por el espectáculo que increpaba con el pulgar hacia abajo. Si la vida humana vale menos que la de un toro es que hemos llegado al precipicio de la decadencia donde se hace «puenting» sin preservativo. Zapata diría que se trata de humor negro pero supone un alcance intelectual demasiado elevado para tanta mugre. Abuchean en el circo donde ellos son los engendros morales. Y así, mientras la mala sombra de Pozoblanco se arrimaba al diestro en forma de romance, animalistas de postureo ejercitaban la libertad de expresarse como bestias sin que nadie se inmutara en el ruedo.
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