Ángela Vallvey
Viudas y raíces
Un ilustre notario me contó ayer que cada vez con más frecuencia se ve obligado a ejercer de testigo involuntario de dramas humanos que preferiría no conocer ni de oídas. Lejos de los falsos buenos tiempos en que se compraban y vendían propiedades con ligereza y se firmaban escrituras con excesiva desenvoltura, el perfil de quienes realizan transacciones inmobiliarias hoy ha cambiado sustancialmente: «En España, las mujeres viven más que los hombres, eso significa que la mayoría acaban siendo viudas. Hablamos de personas que pertenecen a una generación que no estaba acostumbrada al trabajo femenino y, cuando el esposo desaparece, ellas quedan desamparadas. Hasta hace poco, heredaban todos los bienes del matrimonio y disfrutaban al menos de la casa familiar en sus años de vejez, pero ahora la brutal subida de impuestos obliga a muchas ancianas a vender sus propiedades para poder pagar los tributos y gravámenes que resultan de la defunción de sus maridos y que les exige con apremio la Administración. A su edad, tienen que irse de alquiler y empezar de nuevo. Por mi despacho pasan llorando, pobrecillas... Los bienes raíces, inmovilizados como su nombre indica, se han convertido en una fuente fácil de tributos. Mientras el dinero y los jóvenes emigran del país, el ladrillo y las viudas mayores son contribuyentes fijos y cómodos para el recaudador. Antiguamente se llamaba “diezmo” a la décima parte de los haberes que las gentes pagaban como impuestos, y ahora resulta que el diezmo no es lo que pagamos, sino lo que nos dejan...», me dijo el señor notario. «Sí», respondí. «Es fama que a los ricos sólo se les puede incentivar dándoles más dinero, y a los pobres quitándoselo. De modo que puede asegurarse que actualmente en España todos nos sentimos de lo más estimulados... A motivación no nos gana nadie».
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