César Vidal

Votar a personas

Unas de las circunstancias que más me agradan –y no son pocas– de la política en Estados Unidos es el planteamiento de ciudadanos y partidos que se desarrolla en el curso de las elecciones locales. Todos, absolutamente todos, tienen más que asumido que los alcaldes y los concejales no deben ser lo que denominan «partidistas» sino, fundamentalmente, gestores. Del Gobierno del municipio se espera no que se entregue a las soflamas ideológicas sino que mantenga las calles limpias, que realice las reformas urbanísticas pertinentes, que se lleve correctamente – aunque no les dé un dólar de subvención– con las instancias religiosas y sociales del municipio, que mantenga el orden público y que no sobrecargue con impuestos a los ciudadanos. En ese sentido, el votante republicano en las elecciones presidenciales puede votar a un alcalde demócrata y viceversa con la mayor naturalidad del mundo y sin la menor sensación de culpa o de represalia. Traigo este tema a colación porque creo sinceramente que ésa es la actitud que hay que mantener en unas elecciones locales, la de identificar a la persona que sea, desde el criterio de cada cual, la más adecuada y votarla sin otro tipo de consideraciones. No votar a un buen regidor del PP porque se aborrece la política impositiva de Montoro, o a un digno alcalde socialista porque aún se recuerda a ZP o a ediles competentes de CiU porque se experimenta una repugnancia comprensible hacia el proyecto independentista de Artur Mas podrá parecer a muchos razonable, pero equivale a pegarse un tiro en el pie, por no hablar de otro lugar situado más al norte de nuestra anatomía. Personalmente, deseo que las vías de la ciudad en que vivo estén pulcras, que el tráfico no sea un caos, que no asfixien con una mayor presión fiscal a las empresas que dan trabajo a mis conciudadanos, que no se despilfarre el tesoro municipal en disparates faraónicos o corrupciones... Eso es lo que, como si fuera ciudadano de la Unión, me interesa en las elecciones municipales. Sé que para muchos españoles –a fin de cuentas, culturalmente dados al dogmatismo más rígido– esta posición parecerá intolerable. A mí, sin embargo, me resulta la única razonable en una escala local. Para apoyar o castigar a un partido concreto me reservo el voto de las elecciones generales de las que surgirá el próximo gobierno. En los comicios de este mes, para mí es cuestión de votar a personas. A las ya conocidas, a las eficaces, a las mejores.