Alfonso Ussía
Y ahora...
En la «Taberna del Cojo», el viejo bar del Congreso de los Diputados, así motejado en recuerdo del conde de Romanones, charlábamos José María de Areilza, Antonio de Senillosa, el gran «Seni» y quien esto firma. Senillosa y Areilza eran diputados por CD, un pequeño partido coaligado con la Alianza Popular de Fraga. El conde de Motrico y el «Seni» eran íntimos amigos. Memorias de charlas inolvidables en el Palación de Losvia de los Senillosa y Moxó, con Areilza recreándonos el sonido de los pífanos atravesando los valles de Europa que anunciaban las victorias de las cruzadas en la Edad Media. El «Seni» elogiaba una «Tercera» de Areilza en ABC, y Areilza un artículo de Antonio publicado en «El País». En un arrebato de modestia y humildad, Areilza cortó por lo sano el intercambio de flores. «Vamos a dejar de hablar de nuestros escritos. A propósito de nuestros escritos, ¿te han gustado, Alfonso?». Y seguimos hablando de sus escritos.
Hace unos años, Antonio Gala publicó un libro con un título muy divertido. «Y ahora, hablaremos de mí», o algo parecido. Título sugerente porque Antonio Gala es dueño de un gran talento y hablar de su persona es siempre interesante, aunque sea de uno mismo. Hoy me dispongo, después de disculparme, a escribir de mí, pero en segundo plano. Voy a escribir de ellos, los militares, que hoy por la tarde me entregan un premio, cuando soy yo el que tiene que premiarlos.
A los quince meses de ingresar como recluta en Campo Soto, Real isla de León, San Fernando, Cádiz, dejé atrás una larga temporada de disciplina, dureza, amigos nuevos y enseñanzas recibidas. El Servicio Militar era un deber, pero también un derecho. Y aprendí, gracias a ellos, las asignaturas que no se estudian. El amor a España, el servicio a los españoles, la austeridad, la cortesía, la disciplina, el cumplimiento del deber y la experiencia de ser uno más entre dos mil compañeros que cumplíamos con la Mili. Conocí a los mejores amigos... y los peores. Me enseñaron, ellos, los militares, a no dejarme llevar por la indolencia, a intentar siempre tratar a los demás con respeto y cortesía, y a no abandonar nunca a un compañero con problemas. Juré defender a la Bandera, no por fórmula obligada, sino con auténtica convicción. Y cuando dejé el uniforme, decidí seguir siendo un soldado en la vida civil. Un soldado de paisano.
Para escribir todos los días es necesaria la disciplina que aprendí de ellos. Los militares no disfrutan de la misma libertad de expresión que los civiles. Y me afané en defenderlos cuando no podían defenderse, en despreciar públicamente a quienes los humillaban y a responder los insultos y los desprecios que una parte de la sociedad les dedicaban y siguen dedicándoles. Cuando abandoné Campo Soto en pos de mis comodidades familiares, dejé atrás a unos hombres honestos dedicados a formar a los nuevos españoles. Aznar, creo que alocadamente y para perdonarse no se sabe qué por las izquierdas, se cargó la Mili. De acuerdo que era excesivamente larga, pero se tendría que haber implantado un servicio militar mixto, obligatorio y profesional, de menor duración en el primer supuesto. La sociedad cambió cuando los jóvenes dejaron de compartir la patriótica y sana universidad social de la Mili. Y cumplí. Me considero aún, ya en el otoño avanzado, un soldado de paisano. Agradezco sus premios y afectos, pero soy yo el que tiene que estar agradecido por haber recibido sus enseñanzas. Más o menos –hoy hablaremos de mí–, es lo que me gustaría decirles en la noche del jueves. Los actos son largos y las palabras están obligadas a ser breves. Por ese motivo se lo dejo escrito en este artículo. Gracias de corazón. No por el premio, que es una muestra de generosidad excesiva. Gracias por haberme permitido ser un soldado de paisano, y aprender de vosotros el permanente sacrificio en beneficio de los demás. Y saber, de acuerdo con vuestras lecciones, que nada puede sobrevolar, exceptuando a Dios, el amor por España que me inculcasteis y crece cada día que pasa.
Hoy he hablado de mí, pero de refilón. Ellos, los militares, son los protagonistas de mi emoción. Mis hermanos.
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