Pedro Narváez
Y Modigliani iba desnudo
La pacatería catódica del «prime time» y un falso puritanismo de la Prensa de papel censuró en Estados Unidos el que ya es el segundo cuadro más caro de la historia, un desnudo ciertamente relajado de Modigliani al que el artista dio vida hace unos cien años. Que un siglo después una obra de arte provoque escándalo resulta conmovedor y excitante, más aún que la turbadora experiencia de entrar en el cuadro, y nos enfrenta de nuevo a las contradicciones del universo pop de los medios de comunicación. Beyoncé levanta la temperatura más grados que el volumen de su trasero, Miley Cyrus derrite la bragueta adolescente con esa lengua afilada de salvajismo verbal... Nunca hasta ahora el sexo se había mostrado tan crudo, de un hiperrrealismo sudoroso, en series de éxito, como «Juego de tronos» o «The affair», en las que no hay capítulo sin coyunda, que han levantado el velo del penúltimo tabú. Con escenas así, claro, quién quiere un «Playboy» y sus pechos vintage, reflejadas ya en el retrovisor sin la categoría de pecado. Lo próximo será el sexo real o que lo parezca, como enseña la mente enferma de Lars Von Trier, el erotismo como signo de violencia, que uno ya no sabe si es recreación morbosa, acicate de denuncia o la ensoñación perversa de un onanista por lo que ya no puede tocar, una especie de melancolía guarra. La sociedad hipersexualizada lo consume como los yogures o las patatas fritas mediante páginas webs sin inocencia en horario de oficina, el «kit kat» entre informe e informe, o entre noticia y noticia. En ese escenario, pues, es en el que Modigliani sin embargo no puede mostrarse entero. Cómo es posible que una imagen pintada, que no real, quieta, abierta, eso sí, al descaro, provoque esta solución final de la censura. Una obra maestra tapada por becarios que hacen de ejecutivos, que es más aberrante que la restauración del «Ecce Homo» de Borja por la célebre Cecilia Giménez. Cómo los editores se atreven a cercenar el pecho de una musa de la historia del arte y permiten la pornografía mayor o escurren libidos de anónimos en pelotas en «realities» de Adán y Eva es asunto que se escapa al intelecto o a la calentura. En un capítulo de «Los Simpsons» se tapaban los genitales al «David» de Miguel Ángel, ahora sí como escupitajo amarillo ante la estupidez de tapar las vergüenzas a las obras de arte que aún no se mostraban en la postura del misionero. Estamos tan acostumbrados al sexo sin firma, al soez recital del canalillo y el priapismo de «Gran Hermano» que tal vez sea el genio lo que precisamente consigue que años y años después la turgencia manifiesta o el volcán de la entrepierna escandalicen a los mortales. Antes que Modigliani fueron «Las mujeres de Argel», dos tetas son dos tetas, de Picasso, las que desempolvaron las tijeras del demonio. «El origen del mundo» de Gustave Courbet fue un encargo privado que permaneció durante años en el silencio de las paredes de su dueño. Aún hoy cuando se expone pareciese que una bomba explotara en el museo. El siglo XIX perturba al XXI. Las estrellitas que mordisqueaban los sostenes de la época del destape y de la revista regresan a la gran cultura mientras los reyes de la serie B de nuestro tiempo van desnudos sin que nadie les acerque una mantita de moral.
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