Julián Cabrera
«Yihastolas»
Se cumplen ahora diez años, pero sigo teniendo intacto el recuerdo del ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero sacándose de la manga en su estreno ante la ONU aquella propuesta muy acorde con su perfil de la «Alianza de Civilizaciones». Hoy, a pesar de las simpatías despertadas por el buenismo de la iniciativa, sólo queda de la misma un gabinete de seguimiento que mantiene ocupados a media docena de funcionarios. Pero sí romperé una lanza por el denostado ex jefe de Gobierno, que en esa ocasión sí pudo dar en el clavo señalando tal vez sin ser plenamente consciente la magnitud de lo que se podía avecinar.
Occidente tiene ya más que asumido que el freno al llamado Estado Islámico no pasa exclusivamente por una acción militar de gran envergadura. La estrategia del avestruz preponderante en los últimos años impidió esa acción cuando aún estábamos a tiempo. Ahora la metástasis de la amenaza terrorista requiere de otro tipo de terapias más costosas, más delicadas y más lentas.
Las preguntas pendientes de contestación se formulan en nuestra propia casa y pasan por saber si es posible o no un islam europeo, si se puede hacer un islam de acuerdo con los musulmanes de aquí o si se puede transmitir el mensaje de que el islam es compatible con Europa.
Enunciados que deberían presidir la formación de jóvenes musulmanes afincados en países como el nuestro. Las conductas extremistas tienen su caldo de cultivo en algunas mezquitas y en las redes sociales –préstese especial atención a Cataluña– y muchas veces los padres no se enteran de lo que ha estado ocurriendo hasta que su hijo ya está en Siria. Ahora la necesaria claridad de ideas choca con el miedo propio de la situaciones de alerta.
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