Juegos Olímpicos
Zika y Zico
A Pau le preocupa el zika, y a Rudy y a cualquiera que por obligación vaya a pasar las tres primeras semanas de agosto en Río. Pero hay un problema mucho más grave que la picadura del jodido mosquito; una amenaza constante, evidente, aterradora, de la que apenas se habla aquí y es comidilla de allá: IN-SE-GU-RI-DAD. Es posible que este asunto vital haya descendido a un plano secundario porque durante ese periodo crucial el ejército brasileño va a tomar las calles de la ciudad olímpica para que la urbe parezca un campo de concentración donde ni siquiera se atreva a actuar el aedes, cuya incidencia, con temperaturas previstas de entre 16 y 24 grados –allí es invierno–, disminuye considerablemente, afirman los expertos.
Hoy por hoy, cualquier visitante tiene más posibilidades de ser atracado en Copacabana o cualquier otro barrio que de ser mordido por el mosquito. Hace dos semanas, tres representantes españoles del equipo de vela fueron asaltados a punta de pistola. La semana pasada, a un grupo de atletas, también españoles, que competían en los Juegos Iberoamericanos, les entraron en las habitaciones; en la calle, a una de las chicas le arrancaron un pendiente de bisutería, y cuentan que por los alrededores del estadio Joao Havelange es preferible no transitar... En Río no se habla de picaduras sino de violencia. Y en España, de La Roja, de la diana que Del Bosque lleva dibujada en la frente, de la lista, de ausencias y presencias, de los goles de Nolito y Morata, que ilusionan como antaño Villa y Torres; en resumen, más de Zico que de zika. Pero también de la Eurocopa, del terror yihaidista y de medidas extraordinarias de seguridad para que ningún malnacido enturbie la realidad del deporte, en Río o en Francia.
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