Quisicosas

Culos

Me sorprende la veleidad de la moda, que convierte en canónico lo que otras veces prohíbe.

Este verano, los culos de las mujeres han salido al sol. Hay años de biquinis chicos y otros de grandes bragas, al estilo de los años cincuenta y de las películas de Elvis, cuando alcanzaban la cintura y la sobrepasaban. En esta temporada han asomado las nalgas completas al aire y la tela se agazapaba en la rabadilla, convertida en un breve tirante. El bañador aparecía donde no hacía falta y los traseros espléndidamente expuestos.

Lejos de mí afear nada. A una oyente que censuraba los escotes generosos de una de mis colaboradoras, le contesté que somos partidarias de la natural exuberancia femenina frente a cierto androginismo imperante. Es sólo que me sorprende la veleidad de la moda, que convierte en canónico lo que otras veces prohíbe.

Creo que fue Juan Pablo II el que señaló que el nudismo tenía mucho de cultural. Lo que para unos pueblos es escándalo, para otros es natural. En 1964 un señor en Dinamarca ayudó a mi madre a levantarse en la playa, tras un tropiezo. Ella lo recuerda perfectamente porque el caballero estaba en pelota picada y ella de luna de miel. Afortunadamente, mi padre andaba varios metros más adelante distraído con otra cosa, no creo que le hubiesen gustado esas costumbres locales. En el norte de Europa desnudarse en público es como para nosotros darse besos en la cara. En Oriente Medio, en cambio, las mujeres llevan chador o abaya y se tatúan los tobillos y pies, de modo que al subir o bajar escaleras atraen las miradas.

En Teherán me regañó el director del hotel cuando deambulaba por los salones en traje de chaqueta marrón –juro que era de estilo monacal– porque permitía dibujar «mis curvas» y, cuando salí a la calle con guardapolvos hasta los pies y pañuelo en la cabeza, mi intérprete, un señor muy del régimen, se negó a acompañarme si no me ponía medias porque «se me veía el empeine». Jamás hubiese atribuido tanta sensualidad a una articulación tan menor. Era un verano caluroso, por cierto.

Me gusta la plasticidad del ser humano, capaz de convertir lo vetado en admitido, lo público en privado y viceversa, casi sin límites. En la historia, las cretenses han mostrado los pechos coloreados, las judías observantes se han afeitado el cráneo, unas se han depilado y otras no, hay quien ha llevado peluca y quien se ha puesto barba postiza. Lo que más me ha llamado este verano la atención no han sido los culos sino el silencio en torno a ellos. Como si toda la vida los hubiésemos lucido al aire.