Crisis económica

Acuerdo provisional

La reacción de euforia de los mercados bursátiles y financieros al acuerdo en EE UU que ha salvado el llamado «abismo fiscal» ilustra con elocuencia el alivio general que ayer experimentó la economía internacional tras haber vivido en tensión las últimas horas de 2012 y las primeras de 2013. En España, el Ibex cerró con una subida del 3,43% y la prima de riesgo bajó a 359 puntos, dos buenas noticias que animan el arranque del año. No obstante, y aun admitiendo que republicanos y demócratas han evitado lo peor, su pacto es sólo un balón de oxígeno provisional o, si se prefiere, un breve paréntesis que sólo permite aplazar la solución a los graves problemas de fondo que tiene la economía norteamericana. Porque tras el abismo aguardan otros dos pasos no menos peligrosos: el tope de gasto que debe autorizar el Congreso y la reducción drástica del déficit, que ya alcanza el 7,3% del PIB. Obama gana tiempo, pero en un plazo de sesenta días tendrá que enfrentarse a la cruda realidad de unas cuentas públicas cada vez más deficitarias y a una deuda desbocada. Durante los últimos ejercicios, el presidente norteamericano aplicó a Estados Unidos la receta contraria a la impuesta por Merkel a Europa, es decir, utilizó el dinero público para estimular la economía y frenar el paro mediante gigantescas inversiones. Los resultados, sin embargo, no han sido tan brillantes como presumía, pues no logró reducir el desempleo de forma apreciable y la economía creció a una tasa muy discreta. Por tanto, Obama se encuentra en la misma encrucijada que la del verano de 2011, cuando tuvo que pactar con los republicanos el tope de gasto y endeudamiento, pero con el agravante de que ahora sus adversarios ya no le concederán más prórrogas ni dilaciones. Por tanto, el acuerdo alcanzado en la madrugada de ayer no le garantiza, ni mucho menos, un horizonte despejado. La mayoría republicana de la Cámara de Representantes, obsesionada con el déficit fiscal, le exigirá un recorte del gasto público de tales dimensiones que a Obama no le quedará otro remedio que renunciar a parte de sus políticas sociales y a la política de subvenciones, además de meter la tijera a la Administración, especialmente al capítulo militar. Las esperanzas de que la economía europea se recobrara más rapidamente y tirara del mercado norteamericano se han frustrado, así que también se han malogrado las perspectivas de enjugar el déficit gracias a una mayor actividad económica. Al final, lo más seguro es que Obama tendrá que ingerir la agria medicina de la austeridad, contra la que tanto ha luchado, pues el aumento de los impuestos a los más ricos, que es mucho menor de lo que había prometido en la campaña electoral, es insuficiente para mantener funcionando la gigantesca maquinaria del gasto público.