Cataluña

Ante el espejo de Escocia

Los últimos sondeos publicados en Gran Bretaña dan de nuevo ventaja a los partidarios del «no» en el referéndum independentista de Escocia. El cambio de tendencia, pese a la intensificación de la campaña nacionalista, se ha producido en cuanto han asomado por el horizonte los primeros nubarrones de realidad, nublando el idílico paisaje que venían pintando los partidarios de la secesión escocesa. Si primero fueron la caída de la libra esterlina en los mercados de divisas y las pérdidas de valor de las empresas más ligadas a la economía de Escocia, a continuación han venido la fuga de capitales hacia las entidades inglesas y las advertencias de los principales bancos de la región –comenzando por el mismísimo Royal Bank of Scotland– de que cambiarían su sede hacia zonas menos inhóspitas financieramente. La reacción de los independentistas, afirmando que «ajustarían cuentas» con las firmas que, como la petrolera BP, se han alineado con los unionistas por razones de interés general, no sólo demuestra el nerviosismo que impera entre sus filas, sino que constituye la mejor prueba de que entre sus premisas nunca habían tenido en cuenta la más que probable respuesta negativa de unos actores –industriales y financieros– poco inclinados a perder las ventajas de operar en un Estado fuerte, miembro de la Unión Europea y con una economía que empieza a dar muestras de crecimiento. Pero el hecho más demoledor para los partidarios del «sí» es que los ciudadanos escoceses –citados en las urnas para el próximo día 18– han podido comprobar que ninguno de los optimistas vaticinios del nacionalismo tiene visos de que vaya a cumplirse. Si aseguraban que la comunidad internacional no opondría mayor inconveniente a la nueva realidad nacional que algunos trámites formales, sobre Edimburgo se ha desplomado una catarata de admoniciones foráneas que, obviando el tabú de la injerencia interna, expresan bien a las claras su oposición al proceso independentista y las consecuencias de su culminación. En un mundo globalizado, con las economías cada vez más interdependientes, la hipótesis de una fractura de la quinta potencia mundial no puede dejar indiferente a nadie. En España, donde el desafío separatista catalán puede ser reconducido a buen término gracias al sólido entramado constitucional que garantiza el ejercicio de la democracia y es salvaguarda del principio de la soberanía nacional, la propaganda nacionalista insiste en el mismo error de los independentistas escoceses de negar las malas consecuencias que acarrearía para todos, pero especialmente para los ciudadanos de Cataluña, una ruptura. Es de esperar que quienes se quieren ver reflejados en el espejo escocés no perciban una imagen deformada y engañosa.