Construcción
Carmena, un títere de Podemos
La apología del terrorismo que unos titiriteros contratados por el Ayuntamiento de Madrid prepararon para los niños ha sobrepasado cualquier límite. La «ingeniería social» de Podemos, que es el partido que apoya a Manuela Carmena, se ha topado, por primera vez, con la Justicia, aunque sea con tan ínfimo espectáculo. El juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno ha ordenado prisión provisional sin fianza a los dos integrantes de la compañía por ensalzar a ETA. El delito de enaltecimiento, el 578 del Código Penal, sanciona a quien enaltece o justifica por cualquier medio de expresión pública a quienes han participado en actos terroristas o realizan actos humillantes para las víctimas. Por otra parte, la Fiscalía ha pedido al Ayuntamiento toda la información sobre el contrato con dicha compañía de títeres. Carmena conoce el lenguaje jurídico y sabe que el incumplimiento grave de ley comporta responsabilidades políticas. Lo sucedido el pasado viernes en la programación del Carnaval sería un inadmisible suceso, si fuese la primera vez, pero es evidente que responde a una concepción política basada en el odio y la intransigencia. Eso es lo grave: que la ciudad de Madrid sirva de laboratorio para llevar a cabo políticas aberrantes mientras se descuidan las que de verdad afectan a los ciudadanos. El pasado 15 de junio, Carmena tomó posesión de la alcaldía de Madrid, a la que accedió dentro de una candidatura cuyo peso recaía en Podemos. Se ganó la confianza de muchos ciudadanos porque apareció como una madre, incluso venerable abuela, que iba a educar a unos jóvenes fogosos, extremistas y muy sectarios, como lo han vuelto a demostrar. La imagen de «vieja juez», como Tierno Galván fue el «viejo profesor», no ha cuajado, y, más que aparecer como alguien que tiene un proyecto para la ciudad y que está por encima de las demostraciones de «comunismo 3.0» de sus pupilos, se ha convertido en una política fuera del tiempo, incapaz de controlar a unos concejales-activistas dedicados a impartir doctrina sobre cómo los jóvenes deben participar en brigadas de limpieza, hacer una cabalgata laica y feminista, renombrar las calles, retirar monumentos que consideran reductos del franquismo o, como ahora, contratar una compañía de títeres que hace apología del terrorismo etarra y que cree que es educativo para los niños ver cómo ahorcan a un juez. Queremos creer que la alcaldesa de Madrid no invierte su tiempo en estas políticas de control social al estilo soviético, pero es evidente que están bajo su responsabilidad política y que, por lo tanto, debe asumirla y tomar las medidas necesarias para que la capital de España no se vea envuelta en sucesos tan lamentables como los del pasado viernes. Una ciudad abierta, tolerante y cosmopolita no se merece una alcaldesa que permite la intolerancia, la apología de la violencia y la manipulación histórica más burda. La responsable de Cultura del Consistorio, Celia Mayer, debe dimitir, pero nos tememos que no está en manos de Carmena conseguirlo. El problema radica en que Carmena depende de una coalición cuyas aspiraciones políticas no van más allá del abecedario populista: el revanchismo justiciero. Por contra, la ciudad tiene un grave problema de limpieza y los grandes proyectos urbanísticos se han paralizado la operación Chamartín, la remodelación del Santiago Bernabéu o el impasse por el que pasa la inversión del grupo chino Wanda dispuesto a reformar el Edificio España. Pero estos asuntos parecen no interesarle. La única gestión del Ayuntamiento de la capital está centrada en cuestiones menores propias de activistas que creen que una institución de esta importancia sólo sirve para aplicar sus políticas o, en el lenguaje al uso, empoderarlos. Es decir, lo que interesa no es gestionar los asuntos públicos con eficacia, sino controlar espacios políticos.
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