Aviación
Cuando sucede lo impensable
Al dolor que supone la pérdida súbita de un ser querido, los familiares de la víctimas de la tragedia de los Alpes deben añadir el terrible impacto emocional de la incomprensión que produce un acto humano tan inconcebible como el llevado a cabo por el copiloto del Airbus de la compañía Germanwings. Aunque todavía faltan muchos elementos para dar por concluida la investigación, los indicios recogidos por la grabadora de voces de cabina de la caja negra, unidos a los parámetros de vuelo que quedaron registrados en las pantallas del control aéreo, han hecho concluir a los fiscales que el segundo piloto, Andreas Lubitz, de 28 años, aprovechó que el comandante del aparato había dejado su puesto momentáneamente para bloquear la puerta de cabina, desconectar el piloto automático y dirigir el avión directamente contra la ladera de una montaña. Es lo que en la jerga aeronáutica se conoce como «vuelo controlado hasta el suelo», y que enmascara eufemísticamente una acción suicida. Aunque muy infrecuentes, este tipo de actos no son del todo inusuales –al menos hay noticia de media docena de incidentes de estas características en los últimos 35 años– y su prevención representa uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta la seguridad aérea. En efecto, si ante la imprevisibilidad del factor humano existe la tentación de multiplicar los automatismos y limitar al máximo la libre acción de los tripulantes, enrareciendo un ambiente electrónico ya de por sí complejo, se corre el riesgo de que cualquier fallo mecánico o error de interpretación de los indicadores no pueda ser resuelto a tiempo por la acción humana. La prevención, por lo tanto, pone el acento en la selección de los pilotos, pero también en el seguimiento de sus condiciones de salud, control estricto que provoca la retirada de cientos de licencias de vuelo cada año, pero que no es infalible. Los pilotos están expuestos a las mismas presiones vitales que el resto de los ciudadanos y, por lo tanto, pueden sufrir episodios de depresión como cualquier persona. De hecho, el joven aviador alemán había padecido uno de estos episodios durante su proceso de formación. El dilema, de difícil solución, estriba en si se debe retirar una licencia de vuelo al primer síntoma aunque la experiencia médica nos diga que la inmensa mayoría de estas dolencias psicológicas son pasajeras y perfectamente recuperables. Hoy, bajo la tremenda impresión de lo ocurrido, bajo el impacto del acto impensable, parecería lógica la postura más radical, por más que ésta tenga contraindicaciones evidentes sobre la actitud vital de unos profesionales aeronáuticos, colocados bajo una permanente espada de Damocles. Como siempre, los expertos, tras examinar todos los aspectos de la tragedia, harán sus recomendaciones. Mientras, debemos estar muy unidos con las familias de las víctimas, doblemente golpeadas.
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