Cataluña
Deslealtad nacionalista
Una de las grandes virtudes del pacto constitucional que pilotó Adolfo Suárez fue desactivar tutelas y endémicas amenazas de los llamados poderes fácticos, que parecían predestinados a mediatizar la concordia entre los españoles. Instituciones como el Ejército, la Iglesia y los Cuerpos de Seguridad, así como aquellas que defendían intereses corporativos, asumieron sin reservas y con muy raras excepciones el nuevo marco de convivencia. La configuración democrática del Estado y el futuro en paz de los españoles dependía de esta lealtad elemental y básica de todos los actores e ideologías, de partidos y sindicatos, de la sociedad civil y de los estamentos más tradicionales. A ese objetivo dedicó el presidente Suárez sus mejores esfuerzos que, unidos a la labor insustituible del Rey, cristalizó en el milagro de la Transición. Sin embargo, no todos los protagonistas de aquel éxito colectivo han actuado con la lealtad y la generosidad del resto de los españoles. Nos referimos a los nacionalistas, que lejos de sumarse de forma incondicional a la construcción y defensa de España no han cejado en sus obsesiones por debilitarla y dividirla. Especialmente los nacionalistas catalanes. Pertrechados con las ventajas y resortes institucionales que la España constituyente les entregó generosamente a cambio de su lealtad, no sólo no los emplearon para hacer honor a la palabra dada, sino que las han usado como palancas para chantajear al Gobierno de turno y para incrementar más y más sus prebendas y competencias. No es extraño, por tanto, que la gran preocupación de Suárez, en los años previos a su enfermedad, fuera precisamente la deriva insaciable que había adoptado el nacionalismo catalán. Con clarividencia alertó a quien quiso escucharle que el gran desafío para la unidad de España y para la fructífera convivencia entre los españoles provenía del nacionalismo desleal, que se aprovechaba de la savia institucional del Estado para destruir a ese mismo Estado. Él conocía muy bien Cataluña y fue, además, quien devolvió a los catalanes la Generalitat y quien puso en marcha, con Tarradellas, el proceso de reconciliación histórica. Pero, lamentablemente, los hechos han venido a confirmar sus temores y advertencias. Artur Mas y sus desvaríos separatistas no son más que la culminación de esa deslealtad que denunciaba Suárez, de esa insolidaridad radical hacia la España democrática puesta en marcha hace 40 años. Es verdad que no todo fueron aciertos en aquel periodo constituyente y que se cometieron errores cuyas consecuencias padecemos todavía hoy. Pero en líneas generales fue una gran victoria de todos los españoles sobre la maldición de un destino que parecía imposibe de cambiar. Todos creyeron en esa gran empresa, salvo los nacionalistas insolidarios y desleales.
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