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El fruto de una labor de Gobierno

La Razón
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Sin duda, Mariano Rajoy podía haberse limitado a exponer los logros de su labor de Gobierno, que ha comenzado a cristalizar, ya de manera evidente, en los seis primeros meses de este año, y no habría nada que reprocharle. En el difícil tránsito vivido por todos los españoles desde una situación económica desastrosa, con el país al borde de la quiebra técnica, hasta el momento actual, en el que España se ha convertido en una de las economías europeas que más crecen, nadie que no esté afectado por el sectarismo puede negar que buena parte del éxito hay que atribuirlo a las enérgicas medidas de ajuste tomadas por el Ejecutivo frente a una situación de emergencia, primero, y a las políticas de reforma del sistema, después. Una labor que fue, además, contestada desde el principio por la misma oposición que había gestionado la caída en el vacío -y puesto a España al borde del rescate financiero- y por unas organizaciones sindicales que, fugadas de la realidad y acomodadas en viejos conceptos ideológicos,pero también, en privilegios asumidos como si se trataran de derechos, vieron prácticamente impasibles la destrucción de más de tres millones de puestos de trabajo. Hoy, el empleo crece de manera sostenida y en 2013 se han creado 193.000 empleos netos. El PIB ha pasado de la recesión al crecimiento, a un ritmo que obligará, felizmente, a cambiar al alza las previsiones hasta un 2 por ciento, desde el 1,2 por ciento previsto, y, lo que es más importante, se han transformado los fundamentos de la economía española, que era una máquina de generar parados en cuanto cambiaba a negativo el ciclo económico, hasta el punto de que, por primera vez en la historia, se ha creado empleo con tasas de crecimiento bajas. De todo ello dio cuenta ayer el presidente del Gobierno, con satisfacción muy medida, por cuanto, como él mismo se encargó de subrayar, los efectos de la recuperación no han llegado todavía a todos los españoles, consecuencia inevitable de los daños ingentes causados por la crisis. Sin embargo, Mariano Rajoy no quiso quedarse en el terreno que más podía favorecerle, consciente de que los males que ha provocado esta larga y profunda recesión no son sólo de naturaleza financiera, sino que afectan a salud del régimen democrático y a la pérdida de confianza de amplias capas de la población en un modelo de convivencia que, pese a todos los avatares, ha traído a España las tres mejores décadas de su historia reciente. Partiendo de esta premisa es como debemos analizar la defensa cerrada que hizo ayer el presidente del Gobierno del sistema bipartidista español, frente a los riesgos de una dispersión del voto que, al calor del descontento y la descalificación global –y, por lo tanto, injusta– de la política, abra la puerta a los populismos más rancios, por más que se disfracen bajo la demagogia de las nuevas vías, y frente a las aventuras que alienta la fragmentación de pactos contra natura que sólo traen inestabilidad y desconcierto, como prueba el ejemplo del tripartito catalán, con las malas consecuencias que ahora vemos. Hay, es indudable, un sentido profundo de Estado en el presidente Mariano Rajoy cuando apela a la necesidad que tiene España de un partido socialista fuerte, no sólo como alternativa posible de gobierno, sino como interlocutor necesario ante los graves desafíos a los que se enfrenta nuestro país: desde la consoldación del proceso de reformas, hasta la regeneración institucional, pasando por el modelo territorial y el reto separatista del nacionalismo catalán. Mariano Rajoy ancla su convencimiento en la experiencia acumulada desde la Transición, pero, también, en la realidad de que el bipartidismo es el modelo que rige en los países con mayor nivel de bienestar, como Estados Unidos, Reino Unido, Alemania o Francia. Y porque el presidente del Gobierno no desdeña el descontento con la política en general que reflejan los resultados de las últimas elecciones europeas –extensibles a la mayoría de los paíse de la UE– es por lo que se compromete en la labor de recuperar la confianza de sus votantes, refugiados en la abstención, e invita al PSOE a hacer el mismo ejercicio de voluntad. No estuvo, sin embargo, a la altura de las circunstancias el nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que en una intervención simultánea recurrió al catálogo de lugares comunes para criticar la labor del Gobierno. Tal vez crea que acentuando el tono opositor puede atraerse los votos perdidos por su ala izquierda. Se equivoca. El bipartidismo significa, entre otras cuestiones, centralidad para abordar los problemas de Estado, que son los que afectan a toda la sociedad.