Tarragona
El perdón de la Iglesia
La Iglesia católica beatificó ayer en Tarragona a 522 religiosos asesinados durante la Guerra Civil española y en sus prolegómenos. Tanto el arzobispo de la diócesis que ha acogido la ceremonia como el prefecto para la Congregación para la Causa de los Santos han insistido en el carácter reconciliador de este reconocimiento y en el verdadero sentido de unas muertes acaecidas hace más de setenta años: «Recordar a las víctimas que murieron perdonando». No cabe, por lo tanto, margen para buscar culpables hoy barridos por la historia, un acto que no está en la raíz del cristianismo, como algunas organizaciones laicistas han señalado estos días. Aquellas muertes se produjeron en un contexto histórico hoy afortunadamente superado y en el que destacaba un anticlericalismo cerril. El atraso general de España y la sinrazón totalitaria recayó sobre sacerdotes, órdenes, congregaciones y sobre el mismo patrimonio religioso, que sufrieron con especial escarnio una represión que, a la postre, sólo sirvió para que las naciones europeas de entonces comprendiesen que cualquier régimen que se quisiera levantar sobre el martirio de los religiosos estaba condenado al fracaso. La Iglesia ocupa hoy un lugar central en la vida española y si algún mensaje destaca con claridad desde la Transición es el de la reconciliación. Reconocer a estos mártires, por lo tanto, no es más que cerrar heridas con el único lenitivo con el que se ha dotado el mundo cristiano: el perdón y la justicia. El Papa Francisco resaltó ayer que las muertes de estos religiosos fueron «un poco salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestro bienestar, de nuestras perezas». Ser cristianos al servicio de los demás, «con obras y no de palabras». La beatificación celebrada en Tarragona es un acto de justicia, que también requeriría de un reconocimiento civil. La construcción de la «memoria histórica», si se quiere que sea realmente útil, que sirva como lección común de tolerancia, para rectificar los errores cometidos en el pasado, debe aceptar que la Iglesia católica sufrió una persecución cruel durante la Guerra Civil. Los vínculos de la jerarquía eclesiástica con el franquismo –como ahora achacan sin compasión alguna quienes no quieren ver que ni ser demócrata y liberal era suficiente para sobrevivir en aquellos terribles años si, además, eras católico– existieron, pero en un régimen que lo adulteró todo. Por encima del laicismo militante, están la compasión y el sentido de la justicia. La «memoria histórica» sería una pura falacia, una mentira histórica, si no se reconocieran estos crímenes y los errores que los provocaron. Como ha escrito la filósofa Amalia Valcárcel: «El perdón supone el olvido, pero el mero olvido no supone el perdón». La Iglesia católica nunca ha pedido una reparación por este dolor, pues sus mártires murieron perdonando y se situaron por encima de sus verdugos.
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