La amenaza yihadista
El yihadismo es el mayor enemigo y debemos actuar en consecuencia
El yihadismo es una amenaza global. Nada nuevo descubrimos, es cierto, pero conviene que el mensaje mantenga el volumen suficiente para que las sociedades occidentales, tan dadas al olvido que propicia el confort, no olviden que el terrorismo sigue al acecho y que espera cualquier oportunidad para golpear. Ese no bajar la guardia que las autoridades de todos los países que permanecen en el punto de mira del fanatismo repiten en cuanto tienen ocasión está más que justificado. La actividad de estos individuos radicalizados, no ya en las guerras que se libran en Siria o Irak o en países en relativa paz en Oriente Medio, sino aquí mismo, entre nosotros, se mantiene creciente y, por lo tanto, es alarmante. La relativa calma de la que disfrutamos en Occidente no quiere decir otra cosa que los terroristas no han encontrado la oportunidad de sembrar el pánico y la muerte, bien sea por su propia ineficiencia o, en la mayor parte de las ocasiones, por la eficacia de las Fuerzas de Seguridad. Como bien sabemos por desgracia en nuestro país, los criminales no atentan porque no pueden, no porque no quieran. En esa guerra global que las democracias libran por su libertad, España ha asumido desde hace tiempo una responsabilidad absoluta. Sabemos, porque lo hemos sufrido, hasta dónde puede llegar la barbarie asesina del islamismo radical. Hemos pagado un precio muy alto y hemos sabido y tenido el coraje suficiente de mantenernos en el parapeto que protege el Estado de Derecho. Hemos sufrido, sí, pero también hemos conseguido éxitos incuestionables que han reforzado nuestras convicciones gracias al trabajo bien hecho. Obviamente, nada ha sido ni es fruto de la casualidad o la fortuna. Si España es hoy una de las vanguardias principales en el combate contra el yihadismo, es porque nuestro país lleva décadas luchando contra múltiples formas de terrorismo, dispone de los mejores medios humanos y materiales y ha reunido una experiencia realmente única que nos ha consolidado en la élite de un combate extremo y agotador. España, hay que decirlo y ponderarlo como merece, cuenta con un sistema legal de extraordinaria capacidad y efectividad contra este enemigo tanto en el terreno de lo normativo, por supuesto, como sobre todo en lo referido a la actividad de las Fuerzas de Seguridad y su colaboración con jueces y fiscales. En este punto, las cifras son elocuentes. Una de cada cuatro investigaciones abiertas por la Audiencia Nacional este año está vinculada al terrorismo yihadista. Esa lucha permanente se ha traducido en que a final de año los presos islamistas serán casi la mitad de los reclusos etarras, lo que hace unos años habría sido impensable. La frialdad de la estadística pone sobre la mesa las dos caras de una misma moneda. Por un lado, la cara, nos habla y refrenda el admirable esfuerzo de todos aquellos que trabajan y pelean para que los españoles, sus compatriotas, estemos seguros. Por el otro, la cruz, esos números apuntan a una amenaza real, próxima e importante, que debe reforzar nuestro compromiso como país en la guerra contra el yihadismo en todos los frentes en los que sea necesario, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Hoy sabemos, como adelanta LA RAZÓN, que se detectaron amenazas concretas contra España en las dos últimas Navidades y que estas fiestas, tan trascendentes para los cristianos, son objetivo de los fanáticos del islam. No se trata de alarmar, sino de prevenir, de no bajar la guardia y de mantenernos firmes. Los errores se cobran vidas. Es algo que jamás debemos olvidar. Si así lo hacemos, prevaleceremos frente al terror.
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