Elecciones en Francia

En marcha el laboratorio Macron

La Razón
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Emmanuel Macron, un político de 39 años que hace tan sólo uno año era un desconocido para los ciudadanos franceses, se convirtió ayer en el octavo presidente de la V República. No sólo es el más joven –30 años menos que De Gaulle cuando éste llegó a la más alta magistratura–, sino que ha irrumpido con un apodo político que en Francia no tiene mucho prestigio: social liberal. Ya no digamos liberal a secas. En un país que tiende al proteccionismo y con un mundo laboral altamente corporativo, todo lo que sean reformas estructurales que supongan la pérdida de algún privilegio son mal recibidas. Pero Macron, un joven político, brillante, formado en la Escuela Nacional de Administración (de la denostada élite de los «enarcas»), vive desde ayer en el Elíseo. Por lo tanto, ha dado el primer paso para llevar a cabo las reformas que cree necesarias para que Francia no se acabe convirtiendo en una pesada rémora para el proyecto europeo y su peor enemigo. Especialmente para la canciller Angela Merkel, con quien hoy, una vez nombrado el primer ministro, mantendrá una reunión. Como es preceptivo, en este primer encuentro se quiere escenificar que el eje franco-francés se mantiene fuerte y equilibrado, aunque sobre esta última cuestión hay muchas dudas. A ojos de los germanos, Francia siempre ha sobrevalorado su peso político frente al económico, sin embargo la victoria de Macron frente a Le Pen, además del valor simbólico que supone frenar –de momento– la llegada al Elíseo de la extrema derecha xenófoba, sí que ha supuesto apuntalar la Unión Europea en un momento en el que el antieuropeísmo se estaba abriendo paso. Tras el triunfo del Brexit el eje Macron-Merkel debe salir fortalecido, puede que sobre bases más simétricas. En 2016 las exportaciones en Francia cayeron un 0,67%, mientras que en Alemania crecieron un 1,15%, situándose como tercer país del mundo que más exporta. Ante esta situación, Le Pen tenía soluciones fáciles, a las que Mélenchon no hacía ascos: abandonar el euro y cambiar a un «nuevo franco» de menor valor para ayudar a que las exportaciones francesas sean más competitivas. Macron frenó al populismo proteccionista, pero con ello sólo ha dado la señal de salida para afrontar las verdaderas reformas acordadas con Alemania: recortar el gasto público en 60.000 millones de euros, 120.000 empleos públicos menos y ajustarse a la disciplina del 3% de déficit. La reforma laboral será el primer paso, que no será el más fácil y donde la falta de estructura política de Macron puede resentirse, sobre todo desde las propias filas socialistas, que han sido los verdaderos damnificados de la crisis que ha vivido el sistema de partidos de la V República. En Marcha, la formación en la que se ha apoyado Macron para su victoria en las presidenciales, puede ser insuficiente si no consigue articular una coalición que con la que pueda defender sus reformas en la Asamblea Nacional. Hoy se sabrá el nombre del primer ministro y si realmente buscará a alguien que, aun viniendo de la izquierda, pueda equilibrar el discurso. Mañana se conocerá también la composición de su gabinete, lo que puede dar alguna pista a todos aquellos partidos que en media Europa quieren verse reflejados en Macron y su nuevo ensayo de político social liberal. Las «terceras vías» de los años noventa dicen muy poco para una situación política mucho más compleja, en la que interfieren graves problemas de seguridad, de inmigración, de amplios sectores de la población que viven fuera del sistema (la «segunda Francia» que Le Pen ha sabido interpretar, aunque sea a su manera). «El mundo y Europa necesitan hoy más que nunca de una Francia fuerte y segura de su destino, de una Francia que lleve en alto la voz de la solidaridad, que sepa inventar el futuro», dijo ayer solemnemente Macron. Ahora hay que convertir ese deseo en política real.