Mariano Rajoy
Es Sánchez quien debe llamar
La deriva izquierdista en la que se ha embarcado el nuevo secretario general socialista, Pedro Sánchez, cuyo último exponente es el apresurado, cuando no improvisado, cambio de posición sobre el tratado de libre comercio con Canadá, no es sólo un error para las expectativas electorales del PSOE, sino que puede afectar de manera muy negativa a los intereses generales de España, en unos momentos en los que se hace preciso el acuerdo de los dos grandes partidos nacionales frente al desafío separatista de la Generalitat de Cataluña, pero, también, ante el recrudecimiento de la amenaza terrorista islamista o la negociación del Brexit. Son asuntos de Estado que no pueden quedar a merced del mero tacticismo opositor, más arriesgado, si cabe, porque supone ponerse en manos de una izquierda populista cuya agenda política no oculta su estrategia de asalto al poder sin pasar por el preceptivo expediente de las urnas. Una izquierda, además, ni tan sólida ni tan homogénea como pudiera parecer. De hecho, ayer mismo, el coordinador de Izquierda Unida, Alberto Garzón, se mostró dispuesto a hacer valer los 8 diputados conseguidos en coalición con Podemos si Pablo Iglesias volvía a caer en el, textualmente, «bucle de Pedro Sánchez». Se impone, pues, una rectificación por parte de la nueva dirección del PSOE, partido al que se supone con vocación de Gobierno y sentido de Estado, que debe materializarse en un nuevo clima de relación y comunicación con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que, dicho sea de paso, mantiene la mano tendida al líder del PSOE, pese a su discurso extremado en exceso. Asimismo, corresponde a Pedro Sánchez dar el primer paso y solicitar una reunión con el jefe de Gobierno, entre otras cuestiones, porque ha sido el secretario general socialista quien ha convocado sendas reuniones con Albert Rivera y Pablo Iglesias, con quienes pretende formar una especie de «frente de rechazo» al Partido Popular, repetición del fracasado «cordón sanitario» contra la derecha, que no supone más que el desprecio a la voluntad expresa de los ocho millones de votantes del PP. No se entendería, además, que el mismo Pedro Sánchez que llamó por teléfono a Rajoy para garantizar la posición constitucional del PSOE frente al referéndum separatista se negara a abrir una interlocución con el Gobierno, precisamente, cuando el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha puesto fecha al desafío y se dispone a revelar el calendario de actuaciones. En realidad, los primeros movimientos tácticos del líder socialista parecen dar la razón a quienes afirman que Pedro Sánchez ha entrado en «bucle», sin tener en cuenta que la realidad política española ha cambiado sustancialmente desde los meses de bloqueo de 2016. No sólo porque Mariano Rajoy pudo ser investido gracias la abstención del PSOE, sino porque el Gobierno ha sabido negociar unos Presupuestos Generales que dan estabilidad al país hasta finales de 2018 y que garantizan la consolidación del crecimiento económico. El intento de repetir, con los mismos protagonistas, la maniobra de acceso a La Moncloa se antoja un error estratégico de Sánchez que puede traer malas consecuencias para la estabilidad si, al final, tratara de contentar a los separatistas catalanes, cuyos votos son imprecindibles en una hipotética moción de censura. Lo razonable, lo conveniente y lo inteligente es consolidar al PSOE como líder de la izquierda moderada española y alternativa de Gobierno. Y para ello es preciso llevar a cabo una oposición política con miras de Estado.
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