Cataluña

Escalada de la tensión

Sólo desde la miopía más interesada se puede negar que el proceso separatista catalán impulsado por el presidente de la Generalitat, Artur Mas, está causando una grave división social en Cataluña, que tiene su expresión más plástica en el incremento de las agresiones a personas y entidades que no comulgan con el proyecto independentista. Esta escalada de la tensión se produce en medio del silencio culpable de los poderes públicos y, también, de unos medios de comunicación regionales que infravaloran sistemáticamente unos actos que, contemplados en su conjunto, adquieren el aspecto inequívoco de la llamada «violencia de persecución». Los últimos episodios conocidos, como la agresión al secretario general de los socialistas catalanes, Pere Navarro; los continuos ataques a las sedes del PSC y del PPC –más de 70, según datos hechos públicos por la presidenta popular, Alicia Sánchez-Camacho–, los insultos callejeros, las acciones de boicot y las pintadas intimidatorias contra representantes y simpatizantes del arco constitucionalista –hechos muy numerosos en la última edición de la festividad de San Jordi–, así como las campañas de descrédito e intimidación en las redes sociales, dibujan un panorama nada alentador para el inmediato futuro. De momento, se trata de las acciones de una minoría muy caracterizada y activa pero que corre el riesgo de contagiar a otros sectores de la población a medida que la realidad –plasmada en la inexorable cadencia del calendario– vaya dejando al descubierto la naturaleza del viaje a ninguna parte del proceso de secesión y cristalice la frustración inducida por unos dirigentes políticos que, en el mejor de los casos, no han medido bien las consecuencias de sus actos. La situación no admite el recurso de la transferencia de la responsabilidad, tan caro a los dirigentes del nacionalismo catalán ni, por supuesto, la tentación de desvirtuar los hechos, reduciéndolos a meros actos aislados. Es preciso que se acometa desde la Generalitat, con decisión y sin falsas equidistancias, una política de tolerancia cero frente a la violencia, ya sea física o meramente verbal, para frenar la deriva en que nos hallamos. En este sentido, no son concebibles las tímidas y tardías reacciones del que es presidente de todos los catalanes, Artur Mas, y de su portavoz, Francesc Homs, ante la agresión sufrida por el líder socialista Pere Navarro, ni la circunspección con la que despachan habitualmente los episodios de violencia separatista. Pero, también, debería alcanzar la reflexión a la raíz del problema, que no es otra que la iniquidad del propio proceso independentista. Un proyecto sin otra virtud que la de crear división entre los ciudadanos de Cataluña que, dicho sea de paso, no comparten en su mayoría el mesianismo de sus gobernantes.