Estados Unidos
España también tiene intereses en la carrera a la Casa Blanca
Una victoria del candidato republicano, Donald Trump, en las elecciones presidenciales norteamericanas no sólo condicionaría el futuro económico, político y social de sus conciudadanos, sino también el de otros muchos habitantes de la Tierra que ni tienen derecho al voto ni capacidad de influir en el sentido del mismo. Se nos dirá que así ha ocurrido siempre, al menos desde que Estados Unidos se convirtió en la potencia hegemónica occidental, y que si es inevitable que los intereses nacionales propios condicionen su acción exterior, ésta siempre se ha mantenido, en lo que se refiere a Europa, dentro de unos parámetros previsibles y, por lo tanto, aceptables, no importa el color político del inquilino de la Casa Blanca. Pero esta explicación tranquilizadora, que cualquiera hubiera firmado hace un año, no parece tener en cuenta que el candidato republicano plantea una ruptura de las reglas del juego impuestas, precisamente, por el propio Estados Unidos. Dicho más claramente: el adalid de la globalización económica mundial y de la virtual uniformidad ideológica –léase «la corrección política»– puede verse dirigido por alguien que propugna todo lo contrario, que se envuelve en la vieja bandera del aislacionismo norteamericano de entreguerras y que promete a sus electores levantar nuevos muros físicos y comerciales para protegerlos de los «otros», de los extranjeros que, dentro y fuera del país, les arrebatan los puestos de trabajo, abaratan los salarios, provocan el cierre de sus industrias y disuelven su identidad nacional. Son, por supuesto, los ingredientes básicos del populismo político, que resurge en los momentos de crisis y desorientación social, y que apelan al miedo y al sentimiento nacionalista de los pueblos. Pero, como ya ha ocurrido en Europa y en otras partes del mundo –con el reciente y clamoroso caso de las Filipinas–, son mensajes que calan como lluvia fina en los sectores de la población menos preparados para enfrentarse al gran cambio que supone la libertad de comercio en la era de la comunicación global. Ya hemos señalado que no es un problema exclusivo de Estados Unidos, pues el populismo, en sus versiones de izquierda y derecha, resurge, desafortunadamente, en las democracias más sólidas y socialmente abiertas, pero, en el caso que nos ocupa, las consecuencias pueden ser inmensamente mayores, porque hablamos de la primera economía del mundo y de la mayor potencia militar que ha conocido la humanidad. Y España, con sus empresas e inversiones en Estados Unidos, con su interdependencia estratégica y política, con sus intereses económicos cruzados con el mercado iberoamericano y europeo, es uno de esos actores a los que nos referíamos al principio de esta nota editorial, que puede verse afectado por el resultado electoral, pero carece de medios para cambiarlo. Hoy, LA RAZÓN publica un análisis pormenorizado sobre la exposición de las principales empresas españolas en el mercado estadounidense. Empresas que operan en sectores como las infraestructuras o la sanidad, que pueden verse afectadas dependiendo de quién gane las elecciones. Y, también, del riesgo que supone para las inversiones en los mercados iberoamericanos, especialmente en los de México y Brasil, la prometida política de restricciones comerciales del candidato Trump. La primera potencia del mundo vota y los demás nos queda contener el aliento.
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