Barcelona

Existe la Cataluña no independentista

En los últimos ocho años, los catalanes han sido llamado diez veces a las urnas, un dato que debería tenerse en cuenta para aquellos que desde Barcelona o Waterloo pregonan que Cataluña está sometida por un Estado totalitario. Se han celebrado cuatro autonómicas (2010, 2012, 2015 y 2017), tres generales (2011, 2015 y 2016), dos municipales (2011 y 2015) y unas europeas (2014). Además, para subsanar la falta de convocatorias electorales, se celebraron dos referéndums de independencia ilegales, ambos suspendidos por el TC, el del 9-N y el del 1-O, en los que ganó, como era lógico y esperado, la opción separatista, que para eso se convocan ese tipo de consultas, para ganarlas y no perderlas. Por contra, el mapa electoral que se ha ido dibujando en los comicios realizados conforme a la ley es el de dos bloques cada vez más definidos por el desafío independentista. La reacción de la ciudadanía y su movilización –en la calle, pero sobre todo en el descenso de la abstención: 79,09% de participación en 2017– definió por primera vez un espacio abiertamente contrario a la independencia, señal de que lo que estaba en juego era demasiado serio para permanecer de brazos cruzados. El constitucionalismo no pasa por su mejor momento tras la victoria de Pedro Sánchez y su oscurantista negociación con la Generalitat, pero los votantes han indicando el camino, que es lo que marcará la línea roja: el independentismo no cuenta con la mayoría del 50% de la cámara catalana, ni con los votos suficientes para imponerse. Declarar la independencia sin siquiera contar con la mayoría es llevar a la sociedad catalana a un camino sin salida, como se ha visto. En un sondeo realizado por NC Report para LA RAZÓN, vuelve a tomar formar el bloque no independentista. Si bien C’s deja de ser la primera fuerza política en Cataluña, pasando de los 36 escaños actuales a 35, lo hace a costa del trasvase de electores al PSC (6%) y PP (4,1%), lo que supone que dicho bloque contrario a la unilateralidad tendría la mayoría absoluta con 69 de los 135 diputados. Por contra, el independentismo se situaría en 65, cinco más que los actuales, pero con un elemento clave para la guerra abierta en el independentismo: quien tendría el mando sería ERC, con el 23,9% de los votos, frente a la formación que lidera Puigdemont –con ésta sería la séptima vez que Convergencia cambia de nombre–, que se queda en el 16,2%. Este será un hecho a tener en cuenta en la estrategia que quiera emprender el independentismo si a la cabeza se pone el procesado Oriol Junqueras, por lo que se ve, más pragmático. Que el voto del nacionalismo es puramente ideológico lo demuestra que la actual legislatura está perdida, que a pesar de que el Parlament está cerrado y toda la energía política se ha dedicado a lo que queda del «proceso», sigue haciendo acopio de votos, pero no más que los no independentistas. De cumplirse el sondeo, este hecho tendrá una valor simbólico innegable. El dogma nacionalista de la existencia de un «solo pueblo» es desmontado y obligará, tarde o temprano, a que el independentismo replantee su estrategia de confrontación abierta con el Estado. No hay más salida. El constitucionalismo ha sido debilitado tras la victoria de la moción de censura de Sánchez apoyándose en los independentistas, pero el bloque que los representa en el Parlament puede tener la mayoría. Otra cosa es el papel de los comunes y Podemos, sobre todo ahora, guiado por el núcleo de Ada Colau, dispuesto a pactar con el independentismo, incluso reeditando un nuevo tripartito con ERC y el PSC. Pero eso ya lo hemos conocido y de aquellos polvos vienen estos lodos.