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Informar, le guste o no a Podemos

La Razón
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Los medios de comunicación son una parte fundamental para que los partidos políticos transmitan sus mensajes a la sociedad. Es una realidad. Sin la Prensa, la radio, la televisión y ahora los soportes digitales sería imposible construir ningún discurso político. Es tal la dependencia que algunas formaciones creen que pueden presionar a los profesionales del periodismo hasta lo inadmisible para que las noticias publicadas sean de su gusto. Esta es un pugna que está el origen del periodismo moderno, por eso es necesario que los límites estén bien marcados y, sobre todo, evitar la intromisión de los políticos en la creación de la noticia con métodos que nada bueno puede decir de su visión de una sociedad plenamente democrática. La Asociación de la Prensa de Madrid (APM) ha denunciado que un grupo de periodistas «se sienten acosados y presionados por el equipo directivo de Podemos, encabezado por Pablo Iglesias, así como por personas próximas a su círculo». La acusación es lo suficientemente grave como para que el secretario general de Podemos investigue los casos a los que se refiere y dé una explicación convincente. No creemos que la APM se niegue a facilitarles toda la información; es más, esta asociación profesional debería hacerlo, estudiando caso a caso, que ha sido la manera empleada para decidir dar amparo al grupo de periodistas denunciantes, que ahora se han convertido en «testigos protegidos». Según un comunicado, «el acoso de miembros de Podemos se materializa de manera reiterada y desde hace más de un año en ataques a periodistas en sus propias tribunas, en reproches y alusiones personales en entrevistas, foros y actos públicos, o directamente en Twitter». Dice la misma nota de la APM que «estas presiones también se realizan de forma personal y privada con mensajes y llamadas intimidantes». Esos mensajes existen, algunos son vergonzosos e inadmisibles, y no vale esconderse en excusas de que todo es fruto de una campaña de persecución política. Estas supuestas presiones se han ejercido sobre redactores que hacen el seguimiento informativo del partido de Iglesias desde hace tiempo, profesionales que realizan su trabajo con discreción y que, por esa misma razón, se han sentidos indefensos ante estos actos de presión. Insistimos: la acusación es lo suficientemente grave como para que Podemos ofrezca su versión. Convendría no desviar la atención hacia el territorio de las conspiraciones que sólo buscan emponzoñar la exposición de los hechos. La primera explicación del secretario general de Podemos, Pablo Echenique, no ha estado a la altura: se extraña, dice, de que esto suceda «en el país de la ley mordaza». Lo que hasta ahora conocemos sobre las ideas de Iglesias sobre los medios de comunicación son muy preocupantes. Sabemos que «los medios de comunicación, por lo menos una parte, tienen que tener mecanismos de control público» y en las hemerotecas y videotecas está cuando denigró públicamente –días después pidió disculpas– a un periodista cuyas informaciones no se ajustaban a su visión de los hechos. Podemos es un partido nacido en las redes sociales, donde un «troll» –una vulgar mentira– puede convertirse en verdad dependiendo si se ha convertido en «hashtag», pero el derecho a la información es otra cosa. No debe ser casual que Trump haya inaugurado una guerra contra los medios de comunicación, en la que ahora le sigue Le Pen. La información veraz basada en hechos contrastables es el único principio que el periodismo, si quiere seguir siendo parte fundamental de la sociedades democráticas, puede renunciar. Le guste o no le guste a Podemos.