PP

La ejemplaridad de Pablo Casado

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, viene siendo objeto de una serie de campañas de descrédito personal que, sin embargo, sólo consiguen el efecto contrario, al poner de relieve su limpia trayectoria profesional y política, sin hipotecas que pudieran condicionar su labor al frente de la oposición parlamentaria. Por supuesto, la experiencia de estas últimas legislaturas, donde se ha pretendido mediante la judicialización de la política tapar carencias propias, con un uso inapropiado, cuando menos, de la figura de la acusación popular, nos enseña que a sus promotores no les importa tanto la conclusión judicial de los procedimientos incoados como aventar insinuaciones y sospechas al amparo de las inevitables averiguaciones que conlleva toda instrucción. Así está ocurriendo en el caso de Pablo Casado, objeto de calculadas acusaciones que han sido desmontadas una a una por los tribunales, sin que el interesado haya dado la menor muestra de debilidad a la hora de ejercer la censura de unas actuaciones gubernamentales cubiertas de sombras. Viene a cuento este preámbulo ante el nuevo episodio de las grabaciones del excomisario José Manuel Villarejo, que no será el último dada la trayectoria de un expolicía al que los gobiernos socialistas abrieron las escaleras que conducían a las cloacas, que afectan a la ex secretaria general del PP y exministra de Defensa, Dolores de Cospedal. La cuestión en sí misma carece de trascendencia política, no sólo por el contenido de las grabaciones, de cuya autenticidad y ausencia de manipulaciones no hay garantía posible, sino porque la propia interesada ya había reconocido que conocía al ubicuo excomisario y que se había reunido con él. Una diferencia notable con respecto a la actuación de la actual ministra de Justicia, Dolores Delgado, que no sólo mintió en sede parlamentaria, sino que acumuló distintas versiones para justificar un compadreo poco profesional por parte de una fiscal del Estado. Si desde estas páginas hemos rechazado siempre la fruición con que la izquierda práctica el doble rasero, no será en este caso cuando depongamos nuestra convicción. Porque cualquiera puede ser objeto de una grabación subrepticia, más si Villarejo anda por medio, pero la cuestión es cómo se reacciona ante el hecho consumado. Dolores Delgado trató de echar balones fuera, se presentó como víctima de una conspiración contra el mismísimo Estado y acusó a la oposición de abyectas maniobras en la oscuridad. Cospedal no ha hecho otra cosa que admitir las reuniones de hace nueve años con un individuo que estaba generalmente bien considerado y de las que, hasta donde sabemos, no parece deducirse delito alguno. Por supuesto, algunos medios de comunicación próximos a los postulados gubernamentales se han lanzado a la yugular de la diputada popular y han invertido graciosamente el argumentario empleado cuando el asunto atañía a la ministra de Justicia. En cualquier caso, el objetivo último de esta enésima operación de acoso y derribo es Pablo Casado y su labor de reorganización y regeneración, en los términos que sean precisos, del principal partido español, referente del moderno centroderecha y de inequívoca vocación de gobierno. Ayer, en Huelva, el presidente del PP se reafirmó en su triple compromiso, adquirido con la militancia, pero, también, con la ciudadanía, de «ejemplaridad, transparencia y rendición de cuentas», y se mostró seguro de que ninguna grabación espuria podrá comprometer a la dirección de su partido. La presión mediática y política a cuenta de este asunto seguirá, pero estamos seguros de que no conseguirá modificar un ápice la conducta del líder de la oposición, impuesto de la gravedad del momento que atraviesa España y de su responsabilidad en la defensa de los intereses de la Nación.